Hola
a todos. ¿Qué tal lleváis la semana? Me paso para dejar mi contribución por aquí
a Los Juegos de Primavera, organizados por Paty C. Marín. Se trataba de
escribir un relato erótico, a partir del fragmento que os pongo a continuación
en rojo. Además, teníamos que elegir dos fotos de las que nos daba Paty, sobre
las que nos basáramos en el relato, que son las que también añado a lo largo
del texto.
¡¡AVISO IMPORTANTE!!: Este relato contiene
expresiones sexuales, ya que trata de un encuentro sexual explícito, así como
fotografías relacionadas, por lo tanto absténgase por favor quien no quiera leer
algo así.
Yo
lo he titulado (perdón por el subrayado, no puedo quitarlo):
Un encuentro inesperado… o no tanto
Como cada
jornada, sobre las nueve, Ámber regresaba a casa. Utilizaba la línea de metro
número 3, cuya duración era de veinticinco minutos y que siempre pasaba por la
estación a las nueve y diecisiete. Eso le daba tiempo a comprarse algo de comer
en la tienda de la esquina, normalmente un croissant, que mordisqueaba con
calma mientras paseaba hacia el andén. Aquella noche llevaba un libro bajo el
brazo, una nueva lectura que empezaría en cuanto se diese una ducha, se pusiera
el pijama y se metiera en la cama. Pensando en si estaría demasiado cansada
para leer diez páginas o un capítulo entero, subió al metro, que siempre estaba
lleno a esas horas, y buscó un lugar dónde sentarse; casi nunca había un
asiento libre, pero no perdía nada por comprobarlo.
De pronto, le vio entre la gente. Se sobresaltó cuando sus miradas se encontraron y bajó la vista al suelo. Él estaba allí, como cada noche, en el vagón de metro de las nueve y diecisiete de la línea número 3...
De pronto, le vio entre la gente. Se sobresaltó cuando sus miradas se encontraron y bajó la vista al suelo. Él estaba allí, como cada noche, en el vagón de metro de las nueve y diecisiete de la línea número 3...
Desde
hacía tres semanas, Ámber se encontraba con aquel chico misterioso cada noche.
El primer día que se fijó en él, fue porque le llamó la atención su atuendo.
Vestía traje de chaqueta impecable, con camisa blanca impoluta. Eso unido a su
rostro, que no aparentaba más de veinticinco años, llamó su atención
poderosamente. Ese primer día solo hubiese quedado como una anécdota, si el
chico no se hubiera bajado en la misma parada que ella. Pero lo hizo. Y para su
sorpresa siguió el mismo camino que ella hasta llegar a la piscina a la que iba
cada noche. Al parecer tenía que ser nuevo, porque un cuerpo como el suyo nunca
pasaría desapercibido para Ámber. Con una altura cercana a los dos metros, una
espalda ancha que terminaba indecentemente en un pequeño bañador ajustado, que
realzaba un trasero moldeado a conciencia. Le costó mucho más realizar sus
largos aquel día, porque cada poco tiempo se encontraba buscando al chico entre
las calles vecinas.
Lo
cierto es que la siguiente noche se encontró también buscándolo con la mirada,
y para su sorpresa también lo encontró, de nuevo vestido con un traje de
chaqueta de aspecto carísimo. Desde entonces, cada noche al montar en ese vagón
de las nueve y diecisiete se encontraba anhelante por comprobar si el
desconocido estaba allí, por ver la expresión de su rostro de rasgos duros, que
parecían cincelados en granito. La mandíbula cuadrada y fuerte siempre
afeitada, los labios carnosos y rojizos, la nariz recta, y unos ojos que se
moría por ver más de cerca. Pero lo que más le estimulaba de la situación, era
saber con certeza todo lo que escondía debajo ese traje, cuya visión cada noche
se dedicaba a disfrutar en la piscina.
Para
Ámber se había convertido en su juego particular, algo con lo que se divertía
fantaseando. Sobre todo desde que aquel chico había empezado a intercambiar
esas intensas miradas con ella. En los últimos días, parecían dos animales que
vigilaban su territorio, ajenos a la selva que los rodeaba. Cuando ella tomaba contacto con sus
hechizantes ojos, él le sostenía la mirada hasta que casi siempre sentía la
necesidad de bajarla. Además notaba que poco a poco, se iban posicionando más
cerca el uno del otro. Pero una vez que salían del vagón, y a pesar de que iban
al mismo lugar, ninguno de los dos volvía a mirarse directamente, obviando la
presencia del contrario.
Aquel
día, Ámber se cogió a la única barra que encontró libre, cerca de una de las
puertas. El chico misterioso se encontraba en la salida contigua. Pero lo que
no se imaginaba Ámber es que él estaba cansado de no intervenir en ese juego, y
necesitaba mover ficha de alguna manera. Así que con paso decidido se fue
abriendo hueco poco a poco entre el vagón atestado de gente, hasta situarse a
dos personas de distancia de ella.
Se
había entretenido un poco, buscando un hueco para su libro en el bolso y cuando
levantó la vista para mirar al frente, se sobresaltó al encontrarse a pocos pasos
a su desconocido, que la miraba con una sonrisa dibujada en el rostro. Se había
acercado muy rápido y ella apenas se había dado cuenta. Le devolvió la sonrisa
tímidamente, y como siempre, bajó la vista al suelo ante el intenso peso de la
mirada de él.
Durante
todo el trayecto mantuvieron aquel jugueteo de miradas, o más bien él no podía
despegar sus ojos de ella, y ella hacía lo posible para mirarle fijamente
durante más de cinco segundos, sin éxito.
Cuando
llegaron a la parada, Ámber emitió un hondo suspiro, preparándose para el
mecanismo de todos los días. Él saldría antes del vagón, y caminaría a paso
rápido sin mirar atrás, mientras que ella terminaba de comerse lánguidamente su
croissant. Pero cuando el metro paró definitivamente, observó que el
desconocido no se bajaba. Confundida, lo miró interrogante, observando que él
le indicaba con la cabeza que se apeara del vagón. Y así lo hizo, no porque él
se lo dijera, sino porque pensaba seguir con su rutina de siempre.
Empezó
a caminar hacia la salida del metro. No pensaba mirar hacia atrás, pero en un
gesto instintivo giró el rostro para echar un rápido vistazo. La estación
estaba atestada de gente, por lo que le fue imposible avistar al chico. Lo más
probable era que siguiera en el vagón. “Quizás ha dejado la piscina”, se dijo a
sí misma, no sin cierta resignación.
Cuando
giró la esquina para dirigirse hacia la piscina, notó como las personas se
dispersaban a su alrededor, de forma que podía oír el taconeo de sus zapatos.
También escuchó unas fuertes pisadas, le pareció que no muy lejos de donde ella
se encontraba. Siempre le había inquietado llevar a alguien detrás, por lo que
se volvió solo una vez para comprobar el aspecto de la persona que caminaba
tras ella. Cuál fue su sorpresa al encontrarse con los magnéticos ojos de su hombre
misterioso, que la seguía de cerca, con la mirada fija en ella.
Se
dio la vuelta y aceleró el paso inconscientemente. Aquel cambio en la actitud
de él la había inquietado, incluso podía sentir cierto temor al sentirlo a tan
solo unos pasos de distancia. Agradeció ver la piscina a lo lejos, por lo que
siguió acelerando un poco más, pero descubrió que el chico misterioso no
modificaba su ritmo. Eso la tranquilizó, pero solo cuando atravesó la puerta
pudo respirar con normalidad.
Robert
la cruzó después. No había podido resistir la tentación de cambiar las reglas
de su juego particular aquella noche. Por eso había caminado detrás de ella,
observando el sugerente contoneo de sus caderas y el balanceo de su corta
melena morena. Ese día ella llevaba una falda corta azul marino, rematada por
unas finas medias negras que sus manos ansiaban tocar. Pero no hubiese sido muy
racional por su parte estrecharla contra una pared y arrancarle aquella
delicada tela de repente, por lo que optó por hacer el recorrido habitual hacia
la piscina.
Ya
dentro se dirigió a los vestuarios, colocándose el ajustado bañador negro como
cada día. El problema era que apenas podía disimular el bulto que sobresalía en
la tela, así que se obligó a meterse bajo el chorro de agua fría durante unos
minutos, hasta que consiguió relajarse mínimamente.
Mientras
tanto Ámber empezaba a dar brazadas en el agua. Aunque su mente estaba bastante
alejada de pensar en la técnica adecuada, o en cualquier otra cosa que no fuera
la búsqueda de aquel hombre. En seguida detectó su presencia dos calles más
allá. Como cada noche, pilló a varias mujeres observando como aquel adonis daba
unas potentes brazadas, recorriendo la longitud de la piscina en muy poco
tiempo. Disgustada ante aquellas miradas hambrientas, se dedicó a recorrer la
piscina con ímpetu de un lado a otro. Cuando ya llevaba al menos un cuarto de
hora así, se apoyó en el bordillo extenuada, tomando aire con dificultad. De
nuevo su mirada viajó hacia la calle donde el chico misterioso nadaba,
comprobando que aún seguía con su exhibición diaria. Y es que verlo nadar, con
aquella potencia y majestuosidad era todo un espectáculo.
Pasada
media hora observó como el desconocido salía de la piscina, sacudiéndose el
cabello rubio oscurecido por el agua que lo empapaba. Y decidió que era hora de
acabar la jornada por aquel día, sino no llegaría ni a la primera página de su
nuevo libro. Además quería meterse cinco minutos a la sauna para relajarse. El
ambiente caldeado y a la vez húmedo de aquellas cabinas de madera, hacía que
pudiera despejar su mente, algo que necesitaba con urgencia. Tenía que sacarse
de la cabeza a ese hombre, que ya se estaba convirtiendo en una obsesión para
ella, y con el que sabía que no tenía ninguna posibilidad.
Se
quitó el bañador, dejándolo colgado en las perchas exteriores a las cabinas de
la sauna, y con una toalla alrededor de su cuerpo desnudo, se introdujo en una
de ellas. Siempre miraba el suelo de madera cuando entraba a aquellos cubículos
para no tropezarse, por eso hasta que no cerró la puerta con un suave
chasquido, no se encontró frente a frente con su desconocido. Éste la miró
fijamente, y Cathe al fin pudo asegurarse del color de sus ojos, azul
eléctrico. También comprobó que estaba totalmente desnudo.
-
Disculpa- exclamó bajando la mirada, mientras dirigía la mano al asa de
la puerta-. Me voy ahora mismo.
-
No- el tono autoritario de la voz del hombre la frenó en seco, pero
como ella no terminaba de quitar la mano de la puerta, éste continuó con voz
más suave-. Por favor, quédate.
Ámber
se mostró dubitativa, pero al final decidió sentarse en el banco frente al
chico, con la toalla firmemente enrollada alrededor de su torso. Apretó las
manos alrededor de la parte que le cubría las piernas, y le dirigió una leve
sonrisa al desconocido que no había dejado de mirarla ni un momento. Un tenso
silencio inundó la pequeña habitación de madera, y como siempre cuando estaba
nerviosa, quiso llenarlo.
-
Me llamo Ámber- se presentó con sencillez, ante lo cual él amplió su
sonrisa.
-
Yo Robert.
El
tono que empleó, suave a la vez que ronco, hizo que un escalofrío caliente
recorriera la nuca de Ámber, extendiéndose por toda su espalda. Inevitablemente
bajó la cabeza para rehuir su mirada, pero al hacerlo se encontró con la
entrepierna tensa y totalmente erecta de Robert, que parecía apuntar en su
dirección. Ámber sintió como la temperatura de su cuerpo subía varios grados,
mientras sus mejillas ardían encendidas. Con un lento suspiro cerró los ojos, y
se concentró en tomar aire poco a poco. Pero la voz profunda de aquel hombre la
interrumpió:
-
¿Se encuentra usted bien?
-
A decir verdad no demasiado, creo que hace mucho calor aquí dentro, ¿le
importaría que encendiéramos el aspersor del techo?- preguntó Ámber con la
mirada centrada en la toalla que todavía llevaba. Realmente le quemaba
alrededor del cuerpo y necesitaba arrancársela, pero no podía hacerlo con él
allí presente.
-
Descuide, ya lo enciendo yo- Robert se levantó y activando un
interruptor de la pared, empezaron a salir pequeñas gotitas de agua del techo-.
Quizás debiera usted quitarse la toalla, seguro que se sentiría mejor; hace
demasiado calor para llevar nada encima.
-
Puede que tenga razón.
Ámber
levantó la vista hacia él, observando que ya había tomado asiento. Recostado
contra la pared de madera, tenía las piernas relajadas y una expresión retadora
en el rostro. Parecía que la estuviera incitando a quitarse esa toalla, dando
por anticipado que no se atrevería. Pero la piel del abdomen de Ámber ardía
ante el contacto con aquella gruesa toalla, que impedía que respirara con
normalidad debido también a la presión ejercida por la misma en su pecho.
Por
eso, con un gesto de decisión en su cara cogió uno de los extremos de la
toalla, abriéndolo lentamente, para después coger el otro con la otra mano,
dejándola caer sobre el asiento. Sintió como los ojos azules que la observaban
se encendían con un brillo anhelante, siguiendo un recorrido descendente desde
sus pechos, pasando a lo largo de todo su vientre hasta sus muslos cruzados,
que impedían ver más allá. Notó como un gruñido profundo salía del pecho de
aquel hombre, ante la frustración de no poder seguir con su recorrido. Pero lo
que no esperaba fue su sensual orden:
-
Me encantaría que descruzaras esas bonitas piernas.
Su
franqueza y sencillez en contraposición a lo atrevido de su petición
desconcertó a Ámber.
-
¿Para qué quieres que lo haga?- sabía que era una pregunta absurda,
pero no se le había ocurrido otra cosa.
-
Sabes muy bien por qué te lo pido- susurró el hombre, apoyando sus
antebrazos sobre las rodillas para adelantar el cuerpo hacia ella-. Llevo
fantaseando con tu cuerpo desde el primer día que te vi en la piscina, y ahora
que te tengo en frente necesito verte por completo.
Ámber
observó cómo sus ojos se velaban por el deseo, y tragó saliva de forma sonora.
Su mente en esos momentos era un hervidero de pensamientos, y el calor y la
presencia intimidante del hombre que tenía en frente, no hacían que fuera tarea
fácil aclararse. Lo que tenía muy claro es que no era nada racional por su
parte el abrir las piernas para él, solo pensarlo la escandalizaba. Pero no era
menos cierto que se encontraba a solas con un hombre que había deseado cada
noche desde hacía semanas, y que a sus veintiséis años nunca había hecho nada
loco o irracional como aquello.
Además
no podía obviar la mirada animal del chico, que parecía sacado de la mejor de
sus novelas románticas, y que la miraba como si ella fuera una fuente de agua
dulce en medio de un desierto. “Si las protagonistas de novela romántica pueden
hacer cosas descabelladas con hombres espectaculares, ¿por qué voy a ser yo
menos?” se dijo a sí misma. Así que dejó caer la pierna que tenía cruzada al
suelo y las abrió ligeramente, dejando descubierta su intimidad a la vista de
aquel desconocido.
-
Que preciosidad- ronroneó él, mientras observaba la suave flor
escondida entre los estilizados muslos de Ámber.
Robert
notó como su corazón se aceleraba con fuerza, parecía que iba a saltarle del
pecho. Su erección también creció más si cabía, sintiendo de nuevo el dolor
palpitante, y de forma inconsciente se llevó una mano a la misma para apretarla
firmemente.
Ámber
dio un saltito sobresaltándose ante su reacción, pero no pudo evitar que sus
ojos se quedaran hipnotizados con el movimiento de aquella mano, que subía y
bajaba con un ritmo lento, recorriendo toda la longitud.
Un
pensamiento fugaz se pasó por su cabeza, y se imaginó como iba hasta él y
sustituía las fuertes manos masculinas por las suyas. Al conjurar aquella
escena en su mente, sintió como en el espacio entre sus piernas se iba formando
una humedad creciente que en seguida las hizo separarse un poco más.
Se
encontraba terriblemente excitada, y no sabía qué hacer. Su eterno sentido de
la prudencia le decía que saliera de allí cuanto antes, pero su lado más animal
la incitaba a levantarse e ir junto a él. Lo deseaba de una forma demoledora,
descarnada. No se quería conformar con mirar, ¿por qué iba a hacerlo? Tenía un
bombón derritiéndose delante de ella y no quería desaprovecharlo.
Ámber
descubrió como su cuerpo parecía tomar la decisión por ella, cuando se levantó
del banco de madera y dando los escasos pasos que la separaban de él, se colocó
entre sus piernas. Notó como la espalda del hombre se separaba de la pared,
acercándose a su cuerpo, de forma que sintió su aliento caliente y húmedo
chocando contra la parte baja de su vientre.
-
Eres demasiado exquisita- susurró con voz entrecortada él, mientras
posaba una mano grande y cálida sobre su abdomen-. Ni siquiera sé que hacer o
por dónde empezar- aunque mientras decía aquello, fue llevando las manos en un
camino ascendente por los costados de Ámber, hasta llegar a la altura de sus
senos-. Tienes la piel más suave y deliciosa que haya tocado en mi vida.
-
No sé yo.
Intentó
hacer una broma por el nerviosismo que sentía, pero al bajar la mirada hasta
él, comprobó que aquellos profundos zafiros la miraban con una devoción y una
pasión tales, que solo pudo tragar saliva y volver a mirar al frente.
Robert
llevó sus manos hasta el pecho de Ámber, abarcándolo desde abajo muy
suavemente, mientras que con los pulgares trazaba cadenciosos círculos
alrededor de sus sonrosados pezones. Pudo sentir como un calor hormigueante se
extendía por la zona. Cuando en medio de aquellas caricias, le pellizcó con
fuerza sus cumbres, sintió como se endurecían a la vez que mandaban un ramalazo
de placer que viajó a lo largo de su abdomen hasta llegar a su centro, palpitando
de necesidad.
-
No sigas, por favor…- logró susurrar a la vez que un jadeo ronco
escapaba de su garganta.
Sabía que si seguían, después iba a ser muy difícil
parar aquello, y la molesta prudencia no dejaba de pincharle con que debería
frenar lo que fuera a ocurrir.
-
¿No te gusta, mon chèrie?- adujo él, mientras seguía masajeando a un
ritmo constante, acariciando con el pulgar y el índice y pellizcando.
-
No es eso, es que no sé si esto está bien- consiguió decir, cada vez
más convencida de que estuviera bien o mal, no pensaba irse de allí.
Sintió
como Robert abandonada su pecho, para llevar las palmas de sus manos a la parte
trasera de los muslos de Ámber, acercándola aún más a él. Después deslizó las
manos hacia abajo y presionando sobre las rodillas, hizo que se sentara sobre
su regazo.
-
Yo creo que todo esto está más que bien, siempre que tú lo desees-
retuvo su mirada durante unos segundos, intensa y cautivadora. Quería saber lo
que sentía aquella mujer, y sonrió satisfecho cuando encontró que lo miraba con
un claro brillo de deseo en aquellos iris verdeazulados-. ¿Me deseas, Ámber?
El
tono sincero y desnudo de su voz la sobresaltó. No solía estar acostumbrada a
que la gente hiciera preguntas tan claras y directas, y menos cuando se trataba
de tener una relación.
-
Porque yo sí te deseo a ti- prosiguió él, mientras bajaba sus labios
hasta su pecho, sin dejar de mirarla a los ojos-. No sabes cuánto.
Acto
seguido, observó como Robert se llevaba uno de sus pezones a la boca,
capturándolo entre los labios. Podía sentir como la lengua de ese hombre
trazaba círculos húmedos y lentos, para después succionar con fruición,
arañándola levemente con los dientes. Ámber no pudo más que echar la cabeza
hacia atrás, y dejar que un grito agudo brotara de su garganta. Entre las
brumas de aquel placer se pasó unos segundos por su mente que se encontraban en
un jacuzzi, un lugar público al que podría acceder cualquiera. Pero comprendió
que le daba igual, solo quería disfrutar del momento con ese hombre. Cerró la
puerta a la prudencia, y dejó que la respuesta a su pregunta saliera espontánea
de su boca:
-
Te deseo Robert, y quiero que sigamos- pudo oír como de su garganta
salía un ronco rugido de satisfacción cuando oyó la respuesta-. Quiero…
Dejó
la palabra en el aire cuando sintió como las manos del hombre ascendían por sus
muslos, hasta abarcar las nalgas, apretándolas. A su vez su boca seguía haciendo
estragos en su pecho, torturándola y excitándola hasta puntos insoportables. Ámber
sentía la necesidad de saciar el cosquilleo de sus manos, de recorrer la piel
del hombre que tenía delante y saborearla. Por eso con cierta timidez posó sus
manos sobre los hombros de Robert, acariciándolos para después subirlas hasta
su cabello húmedo. Enredó los dedos entre aquellos largos mechones, y tiró de
su cabeza hacia arriba.
Ante
su sorpresa, vio como ella se detenía unos segundos para mirarlo con decisión y
voracidad, lanzándose después a atrapar sus labios, en un beso acaparador.
Al
principio movieron los labios en una danza sincronizada, moldeándolos y
sintiendo su calor, lo blanditos que estaban. Después él recorrió con su lengua
el espacio entre los labios, abriéndolos para penetrar en la boca de Ámber.
Recorrió todo por dentro, a la vez que ella acudía a su encuentro y se enredaba
en torno a su lengua, absorbiéndola y succionándola hasta notar cómo le faltaba
el aire.
Era
increíble, pero Ámber se descubrió pensando que quería más. Quería saborear
más, descubrir más del cuerpo de aquel hombre que estaba piel con piel junto a
ella. Por eso se separó un poco de su boca, y apoyando las manos sobre sus
fuertes muslos, se puso de pie brevemente para después dejarse caer poco a poco
entre sus piernas. Se detuvo a la altura de su pecho, acariciando el fuerte
pectoral que se mostraba ante ella. No pudo resistir llevar sus mullidos labios
hasta aquellos pequeños pezones, y depositar sendos besos en los mismos.
-
Ámber- escuchó que susurraba, no sabía si en tono de súplica o de
protesta, pero le daba igual, ella pensaba continuar su recorrido exploratorio.
Continuó
bajando las manos a través del abdomen del hombre, en una caricia posesiva,
mientras con la lengua reseguía el recorrido. Llegó al ombligo, y se entretuvo
depositando suaves besos a su alrededor. Y no conformándose con eso continuó
hacia abajo, hasta llegar a la erección de Robert, que la esperaba palpitante y
enrojecida. Llevó una de sus manos hasta la base de la misma, acariciándola
suavemente como antes había hecho su dueño. Notó como ante el movimiento
rítmico se endurecía más entre sus dedos. La punta enrojecida parecía retarla,
tersa y brillante, y Ámber levantó la vista hacia Robert, que permanecía rígido
y expectante. En sus ojos se podía ver claramente el deseo lacerante, así que
no dudó. Llevó los labios al extremo del miembro de Robert, besando con cuidado
la piel. Estaba caliente y cierta humedad la impregnaba, por eso sacó la lengua
con timidez, recogiendo las gotitas que salían intermitentemente.
Se
sintió poderosa y satisfecha cuando el hombre reaccionó con un sonoro gemido,
que fue la llave para que ella se decidiera a continuar. Así recorrió con
languidez toda su longitud, con la punta de la lengua, para después introducir
poco a poco en su boca esa piel caliente que latía por sus caricias. Notó como
él acunaba su cabeza entre las manos, mientras una serie de jadeos escapaban de
su garganta, incitándola a continuar. Apoyó bien los brazos, estirados sobre
los muslos de él, deleitándose con aquella degustación, que a su vez iba
excitándola cada vez más. La mano poderosa en el centro de su espalda le quemaba,
pero en seguida se encontró necesitada de más caricias por su parte, de que la
recorriera de todas las maneras posibles.
Como
invocado por sus pensamientos, Robert la cogió por debajo de las axilas, con
toda su fuerza de voluntad, ya que aquella mujer le estaba haciendo estragos
con sus caricias, y se levantó del banco de madera con ella entre sus brazos.
Cuando la tuvo frente a frente, le cogió el pelo húmedo que tantas veces había
observado en aquel tren que tomaban juntos, y dejó que sus dedos se enredaran
en el mismo como ya había disfrutado minutos antes. Tirando de ella hacia sí,
envolvió de nuevo sus labios con su boca, devorándola, tomando todo lo que ella
le daba, saciándose de su aliento y su humedad.
Poco
a poco, fue escurriendo sus manos hasta la cintura de Ámber, espoleado por sus
gemidos que lo incitaban a continuar. Dejó una mano en aquella cintura, que lo
acogía en su suave curva, e inclinándose pasó su brazo tras sus rodillas,
tomándola así en brazos contra su pecho. Después se arrodilló sobre el suelo de
madera, recostándola con suavidad.
Ámber
lo miraba expectante, mientras se colocaba sobre ella, recogiendo sus muñecas
con una mano y poniéndolas sobre su cabeza. Se encontraba totalmente expuesta
ante él, pero no le importaba. Solo sabía que quería más de todo. Más besos,
más caricias, más probar de la piel de aquel hombre y que él la siguiera
probando a ella. Y lo más vergonzoso era que una parte muy potente de su ser
aullaba por tenerlo lo antes posible en su interior, y llenar esa increíble
necesidad que sentía palpitando entre sus muslos.
Robert
podía sentir como el aspersor del techo descargaba suaves gotas sobre sus
cuerpos húmedos y mojados. Las sentía en su espalda, resbalando, y también las
podía ver en la preciosa piel de Ámber, que se mostraba brillante y empapada.
La miró con intensidad durante unos segundos, relamiéndose, para acto seguido
descender hasta su cuello y lamer con avaricia cada gota de las que estaban
allí. Observó como ella le cogía la cabeza entre las manos, apretándolo más
contra sí. A su vez abrió más las piernas para él, doblándolas en una invitación
que no podía ignorar.
Robert
recorrió con una de sus manos el canal entre los pechos de Ámber, recogiendo
las gotas que allí se concentraban. Con esa humedad impregnándole la mano,
siguió bajando, mirando los ojos de la mujer antes de reseguir con los labios
el camino que recorría con los dedos. Pronto llegó al pequeño montecito que
daba paso a lo que tanto ansiaba, y sin demora dejó que sus dedos acariciaran
la superficie de los tiernos pétalos de la chica. Ante aquel contacto, Robert
no pudo más que dejar que uno de sus fuertes dedos se introdujera entre los
pliegues de Ámber. Notó como su corazón vibraba ante aquel contacto caliente y
tan jugoso, que no pudo evitar bajar hasta aquel centro de placer, y desprender
sobre él su aliento anhelante.
-
Robert, por favor- consiguió balbucir Ámber, aún sin saber siquiera lo
que le pedía. O quizás si sabía algo, y es que necesitaba con urgencia que
aquel hombre hiciera cualquier cosa para acabar con aquella apremiante
necesidad.
Robert
no respondió a su petición, lo que hizo fue llevar sus labios hasta los tiernos
pliegues, recorriéndolos en un lento lametón de su lengua de abajo a arriba.
Mientras, con el dedo que había lanzado a explorar la zona, encontró la entrada
al cuerpo de aquella mujer, y sin dudarlo se dejó resbalar en su interior. Así
se mantuvieron un tiempo, él deleitándose con el maravillosos elixir que Ámber
le proporcionaba, ella temblando de arriba abajo sin poderse contener. Pero
tenía claro que necesitaba más, que aquel dedo que la llenaba no era todo lo
que necesitaba. Lo quería a él por completo.
-
Robert, por favor- susurró con los ojos cerrados, su espalda arqueada
apenas tocaba el suelo.
-
Dime belleza mía, ¿qué necesitas?- esta vez el hombre sí que respondió,
interrumpiendo sus besos para continuar al poco.
-
Necesito…- Ámber no encontraba las palabras, tampoco se atrevía a
pronunciarlas, ¿cómo iba a decirle a aquel desconocido que deseaba tenerle en
su interior?-. Quiero más.
-
¿Más de qué, Ámber?- ronroneó él, abandonándola para ascender de nuevo
por su cuerpo, alcanzando otra vez su mirada febril.
-
Más de ti, Robert.
Lo
miró fijamente, intentando trasmitirle todo lo que echaba en falta en ese momento,
todos los anhelos que su mente no era capaz de convertir en palabras. Y ante el
gesto de aquel rostro, él no pudo más que abdicar en su intento porque ella le
dijera lo que ansiaba oír. Así que manteniendo su cuerpo entre sus piernas, llevó
el extremo de su pene a la entrada vibrante que le ofrecía aquella diosa, y comenzó a entrar
lentamente en ella. Pero la calidez que lo envolvió nubló toda su razón, y por
eso se dejó resbalar por completo en su interior, de una sola vez. Retrocedió
un poco, arrepentido por si había sido demasiado brusco, pero las firmes manos
de la mujer presionando sus glúteos, le dieron la seguridad que necesitaba para
continuar.
Dejó
que un ritmo pausado pero intenso guiara sus embestidas, para después
aumentarlo progresivamente. Ámber se encontraba extasiada, sentía como el nudo
de placer que atenazaba su cuerpo se retorcía, amenazando con desbordarla. Fue
en el momento en el que él hundió la cabeza en el hueco de su cuello,
impulsándose hacia arriba, cuando sintió que algo explotaba en su interior.
Notó como la ola de placer que hasta entonces la envolvía, se convertía en un huracán
que atravesó con fuerza todo su cuerpo; algo que también sintió Robert, que no
pudo más que dejar escapar un grito sordo, derrumbándose tras los estertores
del placer.
La
pareja se mantuvo durante unos segundos en aquel suelo de madera, espectador
curioso de su unión. Robert se dejó caer, ladeándose para no caer sobre el
cuerpo de Ámber. Ella encajó su cabeza en el firme pecho que le tendía,
mientras seguía respirando entrecortadamente. Permanecieron así varios minutos,
hasta que el calor del ambiente se hizo insoportable. Entonces él se levantó
tendiéndole la mano, y se quedaron mirándose uno frente al otro. Robert no pudo
esconder una sonrisa que se asomaba a sus labios, a la que Ámber respondió
bajando la mirada y sonriendo a su vez.
-
Ha sido todo un placer compartir esta sauna contigo- le dijo, mientras
llevaba sus dedos hasta la barbilla de Ámber, elevándosela-. Eres una chica
preciosa.
-
Gracias- no sabía que responder aquello, de nuevo la sinceridad limpia
y segura de aquel chico la desconcertaba.
-
¿Tienes algún plan para cenar esta noche?- propuso aún sabiendo que
podía sonar precipitado. Pero sentía que no podía separarse aún de ella aquella
noche. No quería.
Ámber
pensó en el croissant que se había tomado, su nuevo libro y el pijama calentito
que la esperaba en casa. Pero la visión de aquel hombre delante de ella, le
dificultaba pensar en cualquier cosa que no fuera él.
-
En realidad no- terminó diciendo tímidamente.
-
Pues si te parece, te invito a cenar donde tú quieras- propuso
divertido, era curioso ver como seguía teniendo vergüenza con él, aunque
acabaran de hacer el amor.
-
Vale, conozco un italiano aquí cerca, que suele cerrar bastante tarde.
-
Pues no se hable más.
Con
decisión Robert adelantó su rostro hasta capturar sus labios, y fundirse en un
beso lento y suave, que la dejó temblando de nuevo. Cuando se separaron,
acarició su mejilla con ternura. Observó
como cogía la toalla del banco de madera para salir al exterior, no sin antes
indicar:
-
Te espero en la puerta, bombón, no tardes demasiado.
El corazón
de Ámber se aceleró como el de un colibrí, sintiendo como su pecho se llenaba
con algo muy parecido a la ilusión. Cogiendo la toalla que antes había dejado
sobre el banco, se la puso alrededor del torso, saliendo de la sofocante sauna.
Inspiró dos veces profundamente, y sonrió para sí infundiéndose seguridad. El
chico misterioso la esperaba en la puerta, y al menos aquella noche no le apetecía
hacerlo esperar.
¡Gracias por leer!
Guau.
ResponderEliminarDe todos los géneros que podías elegir te has metido de lleno en el más complicado de todos y has mantenido el tipo en el difícil equilibrio de la provocación.
Me ha gustado mucho, está muy cuidado
Besos
Gracias por leerlo. A mi también me parece complicado, ya que puede crear bastante controversia. Me alegro mucho de que te haya gustado. Besikos
Eliminarwow...hahhaa, me ha encantado guapi...y las fotos con las que has acompañado el relato, chica mala ehh.
ResponderEliminarBesos!
Hola guapa, gracias por pasarte y tomarte un tiempo en leerme. Un beso!
EliminarHola!
ResponderEliminarAy, que monada de relato. Me ha gustado mucho el carácter dominante de Robert (ya sabes que me encantan) y las respuestas sumisas de ella. Y el final, aunque no se ha declarado, ha quedado muy romántico xDD
Muchas gracias por participar! Nos vemos ;) Besos!
Hola Paty! Me alegro de que te haya gustado, del carácter dominante y sumiso de los protas he aprendido mucho de tu blog. Muchos besikos
EliminarUn relato increíble que me ha gustado mucho hasta el punto de meterme de lleno en la historia y sentirla desde la piel de los propios protagonistas.
ResponderEliminarMe ha encantado encontrarme con este blog, espero que el mío sea por lo menos la mitad que este algún día y mis relatos tengan ese toque especial que le das a los tuyos.
Un saludo y ¡Hasta más ver!
Hola Lainors, muchas gracias por pasarte por este blog. Me han hecho mucha ilusión tus palabras, como bien sabes si te gusta escribir, todo sale del corazón.
EliminarUn beso grande, me voy a pasar por tu blog para conocerte!