lunes, 23 de febrero de 2015

Adictos a la escritura: Amor, amor...

¡Hola a todos! La entrada de hoy es mi participación al grupo de Adictos a la escritura. Este mes había que escribir un relato de amor, y como este género es uno de los que más me gusta, hay lo dejo. Muchas gracias por leer.

AL COLE CON AMOR

“Hoy vamos a jugar al escondite, te he dejado una nota escondida en la verja del cole, ¿serás capaz de encontrarla? J.”

El mensaje en su móvil le arrancó una sonrisa bobalicona de la cara, mientras preparaba el almuerzo de su pequeño, que no paraba de gritar “Alto, policía”, balanceando unas esposas de juguete de un lado a otro persiguiendo a su hermano mayor. Como cada día, Beatriz corrió detrás de ambos intentando la ardua tarea de que se vistieran para llegar al colegio a su hora. Pero en las últimas semanas ya no se le hacía tan pesada aquella hora del día, justo antes de llevarlos a clase, porque sabía que él le tenía siempre alguna sorpresa preparada.

Por eso cazó a Vicente, su hijo de cuatro años, con un divertido grito de guerra, llevándolo a la cama y haciéndole cosquillas mientras le embutía una camiseta y unos pantalones. Después se lanzó a por Pablo, de siete años, metiendo los libros que le tocaban en la mochila mientras se quedaba observando la indecisión de su primogénito.

─ ¿Te puedo ayudar? ─se acercó a él por detrás, mientras Pablo observaba sin sacar ninguna conclusión el contenido del cajón de las camisetas─. ¿No sabes cual ponerte?
─ ¿Crees que las camisetas con superhéroes son para pequeñajos?

La expresión preocupada de su hijo no pudo más que hacerla sonreír, dándole un fuerte abrazo.

─Creo que eso son tonterías, yo misma llevo camisetas con dibujos muchas veces y soy tu madre.
─Pero Alicia dice que las camisetas con dibujos no molan.

Pablo bajó los ojos hasta sus deportivos, dándole pataditas a una pelusa. Parecía decepcionado con el comentario de su amiga especial y Beatriz no pudo más que apiadarse de él. Siendo tan pequeño y ya quería contentar a su chica, ¿desde cuándo estábamos metidos en ese lío del amor?

─ ¿A ti te gustan esas camisetas?
─Pues claro, pero solo las de superhéroes.
─Entonces no hay más que hablar, cada uno tiene que llevar lo que más le guste, y a quién no le parezca bien que cierre los ojos y se acabó.

Pablo la miró sonriendo con un nuevo brillo, cogió su camiseta de Spiderman y se la metió por la cabeza.

─Si me dice algo le voy a decir lo que tú me has dicho.
─Me parece muy bien.

Depositando un beso en su frente, Beatriz corrió a coger la mochila de Vicente y como si de un desfile militar se tratara, sus pequeños la siguieron hasta el garaje. Cuando llegaron a la puerta del colegio había varios coches parados en doble fila, se bajaron rápido uniéndose al resto de sus compañeros. Dos niños por delante de Pablo estaba Alicia, su “novia” desde principios de curso. Beatriz observó como lo saludaba con una sonrisa, para bajar después la vista a su camiseta arrugando un poco la nariz. Y antes de que dijera nada, Pablo saltó hinchando mucho el pecho:

─Ya sé que no te gustan los dibujos y todo eso, pero esta es mi camiseta preferida, así que tendrás que aceptarlo.

Beatriz tuvo que hacer grandes esfuerzos para no echarse a reír allí mismo, su hijo estaba hecho un viejo. Vio como Alicia lo miraba encogiéndose de hombros con una sonrisa.

─Pues vale, está chula. Si quieres vamos luego a patinar y me pongo una que tengo parecida. Así podemos ser el Equipo Spiderman.
─Buena idea.

Y con aquel simple intercambio, cada uno volvió a lo suyo. Beatriz se quedó maravillada una vez más con la forma sencilla en que aquellos chicos eran capaces de resolver sus problemas. Solo cuando vio desaparecer a Vicente dentro de clase, se permitió olvidarse de todo y dejarse llevar por su ilusión. Corrió más que anduvo hacia la gastada verja blanca que rodeaba el colegio, y la miró con decisión. A simple vista no se veía nada, pero ella iba a encontrar el tesoro de una forma u otra. Por eso comenzó por las bisagras de la puerta, comprobando que estaban vacías. Fue rodeando el perímetro, estudiando minuciosamente cada rincón, pero no parecía haber nada. ¿Se le habría olvidado a J dejar el anunciado mensaje?

Sintió como la ansiedad le daba bocaditos en el pecho, pero no se dejó devorar. Siguió buscando con energías renovadas,  y justo cuando llegó a la esquina que continuaba por la calle perpendicular lo vio. Un rollo de papel metido en el hueco de hierro que formaba una esquina rota. Lo sacó con sumo cuidado para no rasgarlo, y al desplegar el rollito algo tintineó en su interior. Una llave se precipitó al suelo, pero antes de que cayera la cogió al vuelo. En la nota solo unas breves palabras:

“Suit 722. No te retrases, tienes una sorpresa esperándote.”

No hacía falta especificar dónde estaba ubicada aquella suit, ya que su querido Juan estaba trabajando en ese instante y solo podría haberla citado en su magnífico hotel: La casa de la Rosa. Ésta había sido fundada hacía muchos años por su bisabuelo, como un pequeño hostal a las afueras de la ciudad, rodeado de preciosas flores por sus cuatro costados.

Con los años y la ampliación de la ciudad, el hostal se había convertido en un hotel inmenso inundado de la más increíble vegetación, en una zona magnífica de la capital, y Juan de la Rosa se sentía muy orgulloso del trabajo realizado. Pero lo que más alegría le producía en aquellos instantes era la mujer a la que esperaba impaciente, mientras bebía una copa de rosado espumoso mirando por el ventanal, ansioso porque apareciera de una vez. Él, que lucía un carácter imperturbable para solucionar con soltura cualquier problema en el trabajo, perdía todas sus facultades ante Beatriz y lo que le hacía sentir, volviéndose una bestia incontrolable hambrienta de sus besos, su cuerpo y su respiración.

Juan se puso tenso cuando notó como una llave se introducía en la cerradura de la puerta. Dejó la copa en una mesita auxiliar y acudió raudo a abrir, sin darle tiempo a quién quiera que fuera a hacerlo. Descubrió con deleite que era ella, su preciosa dama, la diosa de sus pensamientos. Con el brillante pelo negro cayéndole liso sobre los pechos, los ojos dorados que lo miraban con ese velo de timidez que tanto le excitaba, y un vestido rojo que se ajustaba a la perfección a sus preciosas curvas, Juan sintió que la boca se le secaba y el deseo burbujeó encendiendo su sangre.

No la dejó empezar a decir la palabra que colgaba de sus labios, porque en cuanto Beatriz entreabrió la boca, tiró de su brazo con posesividad pegándola a su cuerpo, a la vez que le daba una patada a la puerta. Cubrió sus labios con urgencia, introduciendo los dedos de una mano en su pelo, mientras dejaba a la otra caer hasta la parte baja de su espalda. Juan absorbió un suave gemido de los labios femeninos, pegándola a la pared con un rugido excitado. Su lengua recorrió el interior de la boca de Beatriz, lamiendo cada rincón, succionándola, para después apresar su labio inferior absorbiéndolo. Solo entonces se permitió separarse un poco, acunando su rostro entre las manos mientras se perdía en su mirada dorada.

─No pretendía empezar esto así, pero cuando te he visto no lo he podido remediar.

Juan repasó la cara femenina con los dedos, acarició la frente en un suave aleteo, descendió hacia las mejillas trazando lentos círculos, llegó a la comisura de los labios delineándolos como si fuera un pintor y aquellas delicias rojizas su obra de arte más preciada. Beatriz le respondió acogiendo un dedo entre sus labios, y con una mirada cargada de mil deseos ocultos, lo absorbió rodeándolo con la lengua. El contacto mandó una descarga de placer a la entrepierna masculina, que se endureció arrancando un siseo ahogado de los labios de Juan.

Beatriz suspiró de placer, le encantaba excitar a ese hombre, se sentía una diosa entre sus brazos. Nadie la podía haber preparado para aquella relación que se había forjado entre ambos, cuando meses atrás se vieron por primera vez. Su hijo Pablo coincidía en clase con la hija de Juan, Elisa, por eso siempre coincidían a la salida del colegio. Ella se había fijado muchas veces en él, con sus pantalones de traje y una inmaculada camisa que combinaba a la perfección. “Un ejecutivo inaccesible”, pensó la primera vez que lo vio. Pero las miradas entre ellos empezaron un día cualquiera, cuando Vicente tiró todo el contenido de su mochila en medio del patio mientras su hermano salía de clase. El desconocido de camisa blanca se acercó a ella, y sin mediar palabra se puso a recogerlo todo hasta terminar cerrando la dichosa cremallera. Lo demás fue una nebulosa , recordaba haberlo mirado a aquellos ojos color chocolate, y mascullar un “gracias” poco claro, pero lo que se clavó en su pecho fue la sonrisa que le dedicó. Una de esas amplia y sincera que se regalan directas del corazón. Así empezó todo, y no podía más que maravillarse de cómo seguía. Ambos estaban divorciados, pero no querían forzar la relación entre los pequeños, por eso iban poco a poco, pero sin pausa, se rió para sí mientras Juan la tumbaba en la cama. La colcha estaba cubierta de suaves pétalos de rosa que le acariciaron la piel desnuda.

Con emoción, Beatriz cogió el rostro del hombre que amaba entre las manos, y lo acercó para besarlo con desesperación. Después de muchos minutos se separaron perezosos, lo justo para que Juan le susurrara en los labios:

─Feliz San Valentín, mi amor. Nunca he disfrutado tanto desenvolviendo un regalo ─a la vez que lo decía, llevó las manos a las piernas femeninas, arrastrando las ligeras medias para dejarla completamente desnuda─. Y creo que no me cansaré nunca de hacerlo.
─Más te vale ─rio sobre sus labios, mientras llevaba las manos a los botones de su camisa desabrochándolos sin apenas paciencia─, porque eres mío.
─No lo dudes, mi precioso bombón, y tú mía.

Beatriz terminó de deslizar los pantalones por las fuertes piernas del hombre que la encerraba entre el colchón y su cuerpo, que se los terminó de sacar con una patada airosa. Y solo cuando sus cuerpos desnudos estuvieron en contacto por completo parecieron poder respirar de forma adecuada, llenándose los pulmones de la esencia del otro.


Juan se dejó caer hacia un lado, arrastrando una de las piernas de ella doblada sobre su cadera, mientras la besaba con devoción. Una mano exploradora se deslizó desde la parte baja de la espalda de Beatriz, cayendo en una caricia lánguida entre sus nalgas, para llegar a su sexo. Con las yemas de sus dedos degustó el tacto caliente y resbaladizo, deslizándose entre los sedosos pliegues con lentas pasadas. El cuerpo de ella se pegó como impulsado por un resorte al suyo, buscándolo, ansiando profundizar el contacto. Entonces Juan llevó su miembro hasta el centro palpitante de Beatriz, y levantándole aún más la pierna se meció penetrándola por completo. Un jadeo inclemente escapó de los labios femeninos, que se apresuró a tragarse con deleite. Entonces la abrazó con fuerza, y tirando un poco del pelo de su nuca separó sus rostros para poder admirarla. La pasión que brillaba en los ojos femeninos era todo un espectáculo.

─Eres tan preciosa ─salió un poco de su cuerpo, solo para volver a introducirse con más fuerza─, tan cálida  e increíble ─entonces llevó su boca hasta el cuello de su mujer, recorriéndolo en una miríada de besos─, que podría estar haciendo el amor contigo por toda la eternidad.

Beatriz lo miró adorándolo, para enredar las manos en su pelo oscuro y atraerlo hacia ella de nuevo.

─No se me olvidan las promesas, señor de la Rosa.
─Ni a mí, querida mía.

Se besaron con profundidad, como si no hubiera un mundo alrededor y toda su existencia estuviera reducida a aquel momento, al cuerpo del uno dentro del otro, a aquella unión tan perfecta que desafiaría cualquier ley existente. Y bajo los perezosos rayos del sol de la mañana, se amaron durante horas, con la melodía divina de sus suspiros enlazados.


Muchas gracias de nuevo por leer.

Un beso gigante.