martes, 17 de enero de 2017

Adictos a la escritura: Invierno


Buenos Días preciosos. Hoy os traigo el ejercicio de Adictos a la escritura, que lleva como título Invierno. Espero que os guste, es algo extraño.

EL TIEMPO LO MARCAN LOS LATIDOS DE TU CORAZÓN

Ocurrió hace mucho muchos años, cuando el tiempo, aún era tiempo.

—Solo un minuto más, por favor —replicaba Cati terminando su examen.
—Necesitaría tres horas más cada día —se quejaba Leticia cuando sus hijos se dormían por la noche.
—Ojalá el tiempo fuera un chicle —rezongaba Roberto con su camión de reparto, temeroso de la próxima llamada furibunda de su jefe.

Y así, súplicas y peticiones se fueron acumulando en el universo, porque cuando se pide algo nunca cae en saco roto, no. Las dictalúmenes se encargan de recoger todas esas quejas salidas de labios cansados, de corazones desesperados por exprimir cada instante. Y de tantas y tantas que llegaron, como dueñas del pasado, del presente y del destino, estas sabias deidades tan antiguas como la existencia del universo mismo, llegaron a una determinación: harían que el tiempo tal y como lo conocemos dejara de existir.
Así que una buena mañana, cuando Estrella se despertó y fue a apagar el despertador, se dio cuenta de que no había sonado. Lo miró extrañada y vio que estaba parado. Comprobó intranquila cómo el reloj del móvil no marcaba más que cuatro ceros en la pantalla, y estaba segura de que no era medianoche. Entonces cogió un par de pilas del cajón y se las puso al despertador, no podía llegar tarde y necesitaba su reloj reparado. Pero a pesar de colocarle unas pilas, el aparato no parecía querer funcionar.
Se vistió y cogió su coche, protegida en su interior del frío gélido con el que azotaba fuera el invierno. A pesar de las inclemencias era su estación del año favorita, porque en ella todo parecía avanzar más despacio, como cristalizado por el hielo que cubría las calles, y las bajas temperaturas invitaban al recogimiento, las mantitas y un buen libro con chocolate caliente.
Se detuvo en la puerta de su oficina y salió al exterior, recogiendo en su rostro el aullido cortante del viento. Y cuando buscó en la recepción el enorme reloj de números negros y fondo blanco, para saber si había llegado demasiado tarde, descubrió que aquel también estaba parado.

—Un fastidio, ¿verdad? —señaló Virginia, la secretaría de Vox Newspaper, el periódico en el que trabajaba—. Hoy parece que todos los relojes están locos.
—Eso parece, Virgi, tendremos que salir a tomar café cuando realmente tengamos hambre, y no cuando el jefe lo ordene.

Con una sonrisa compartida se marchó a su puesto de trabajo como redactora de la sección de ciencia y tecnología, justo al lado de su Marcos. Su adorado y querido Marcos, que nunca sería suyo porque ella así lo había decidido. De ocho a ocho de la tarde entre aquellas cuatro paredes, nunca encontraba el momento para hablar con él. No del trabajo, ni de cosas banales, ella quería hablarle de lo que sentía explotando dentro cada vez que lo veía.
"Dentro de un rato", o bien "cuando salgamos del trabajo", pero ese instante perfecto, cuatro minutos más allá, tres horas más tarde, nunca llegaba.
Y un día más Estrella saludó a Marcos con la mano, y un tímido buenos días escapado de sus mullidos labios. Él la solía mirar unos segundos, quizás un minuto completo quién sabía, el tiempo suele ser caprichoso, con esa mirada profunda que la hacía sentir acariciada en cada centímetro de piel. Y era aquel el único momento del día que Estrella deseaba que se dilatara eternamente, ese y cuando él le regalaba un "Buenos días, preciosa", que le hacía flotar durante todo el día.
La mañana trascurrió lenta, sin ningún reloj en el que pudieran comprobar si era hora de almorzar, de reunirse, de marcharse a casa. Y solo cuando Marcos se puso junto a su mesa, Estrella levantó la cabeza de su trabajo y lo miró sorprendida.

— ¿Hoy no has salido con Esteban y Luisa?  —ella siempre había pensado que Marcos estaba liado con la guapísima y exuberante jefa de redacción.
—Supongo que como no controlamos la hora, no se han dado cuenta. Aunque casi mejor —le sonrió, y en su estómago algo se agitó violento—. Así por un día, puedo salir contigo.

Y Marcos le ofreció el brazo a Estrella, y juntos salieron por el ascensor camino del bar de en frente, como hacía muchos meses que no hacían.
Los relojes siguieron sin funcionar durante todo el día, y cuando cayó la noche permanecieron en la misma situación inmóvil. Y así trascurrieron los días, la alarma aumentó en los medios de comunicación porque nadie se podía explicar qué extraño fenómeno físico había azotado el planeta Tierra para que los relojes, fueran del tipo que fueran, no dieran la hora.
El invierno extendió su nívea capa helada por las calles, y los días siguieron trascurriendo con normalidad. La noche se sucedía al día en un ciclo perpetuo que nunca nadie podría controlar, y poco a poco, las personas fueron aprendiendo a vivir liberados de esos artilugios que les hacían creer que controlaban el tiempo, cuando era el tiempo el que ejercía un férreo control sobre ellos.
Sin relojes en los que mirar la hora, las cosas pasaban cuando tenían que pasar. Y fue una tarde después de demasiadas, cuando Estrella tocó con los nudillos la mesa de Marcos.

— ¿Has conseguido algo?
Marcos la miró con aquellos ojos marrones, que ahora sabía que estaban veteados por firmes trazas verdes. Él negó con la cabeza y le sonrió.
—Nada concluyente, creo que ningún científico va a averiguar a corto plazo lo que ha pasado con los relojes.
—Valoran un cambio de la polaridad de la Tierra, también un apagón controlado por alguna gran potencia mundial... —Estrella se sentó en la mesa de su compañero, sonriendo y mirando al cielo.
—O bien una invasión extraterrestre que está acabando con nuestro mundo —replicó con sorna Marcos.
—Todo puede ser —Estrella sonrió y lo miró encantada, feliz por los ratos que antes no compartían y ahora sí.
—Lo que es una verdad verdadera, es que a mí este acontecimiento paranormal me ha venido de perlas, porque ahora desayuno contigo cuando quiero y nunca estás pendiente de la hora cuando hay que cerrar la oficina.

Y desde ese día Estrella y Marcos quedaron todas las mañanas de invierno, justo cuando despuntaba el alba, y se daban largos paseos por los jardines nevados, con el gorro calado hasta las orejas y las manos calientes enlazadas. E inmersos en el frío aguijoneador, algo calentito surgió entre ellos dos. Algo que no entiende de tiempos, ni estaciones ni razones, algo que solo se define por los latidos que marca el corazón.
Los relojes siguieron frenados, semanas, meses ¿quién lo sabía? No había nada para medirlo, tampoco lo necesitaban, porque el trascurrir del tiempo se siente en los huesos y en la piel, y se debería de medir por las emociones que nos sacuden a cada momento, y no por lo que marcan un par de agujas sobre una esfera, o unos números digitales dibujados sobre una pantalla.
Y un día, pasado un tiempo, cuando el invierno comenzaba a morir para dar paso a una perezosa primavera, las dictalúmenes hicieron su magia, y las esferas volvieron a cobrar vida, como aquel que despierta desorientado de un largo letargo. Pero los habitantes del planeta Tierra ya habían aprendido que el tiempo no se sufre, ni se controla; se vive, y desde entonces todos los hombres y las mujeres de la Tierra, fueron dueños de sus propios tiempos.



martes, 3 de enero de 2017

Sorteos

Buenas tardes preciosos. ¿Cómo os está yendo en este nuevo año 2017? Yo no me puedo quejar, mientras hay salud y amor con todo se puede. 
Hoy os vengo a hablar de un par de sorteos. El primero del blog Etéreo romántica, en el que se sortea además de una obra de Lorraine Cocó y otra de Jane Hormuth, mi Besos voraces y otros peligros, ¿os apuntáis? Las normas son sencillas y la administradora de Etéreo maravillosa.
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Por otra parte Lxl editorial organiza un sorteo de un lote de libros hasta el 5 de enero, ¿te apuntas?
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Eso es todo por hoy. Abrazos mil!