“Bolitas de polvo de hadas”
Érase una vez, en una pequeña aldea de un bosque muy lejano, vivía una niña llamada Lucía. Su casa estaba en la parte más alta de un viejo árbol. Un día muy soleado, Lucía se levantó de la cama al oír a los pájaros cantar. Su madre siempre la despertaba con el olor de las tostadas y la leche con cacao calentita, mientras cantaba dulcemente la canción de su poblado. Pero esa mañana Lucía no había oído la voz de su madre. Tampoco había rastro del olor a madera y menta de su padre. Fue a la cocina y no vio a nadie. Asustada, bajó corriendo el árbol hasta llegar al suelo, y corrió hasta la casa de su mejor amigo, Antonio. Él también había bajado de su casa, y corría hacia Lucía.
- ¡Mis padres no están es casa!- gritó Antonio asustado.
- ¡Los míos tampoco!
- ¿Qué vamos a hacer?
- Tenemos que ir a buscarlos.
Era muy raro que ellos faltaran. No solían ir a cazar tan temprano, y la tarde anterior ya habían ido a cultivar al campo. Así que Lucía y Antonio se cogieron de la mano, y anduvieron durante horas por el bosque, gritando los nombres de sus padres. Pero no los encontraron. Cansados y muy tristes, se apoyaron en un árbol y se quedaron durmiendo.
Algo empezó a sonar en el oído de Lucía, abrió los ojos con miedo y lo que vio la dejó asombrada. Una figura muy pequeña, con alas, volaba delante de sus ojos. Parecía una mujer diminuta y estaba envuelta en una brillante luz.
-Pequeña Lucía, soy el hada del bosque verde. Creo que te has perdido, así que te voy a hacer un regalo para que encuentres el camino a casa.- El hada sacó de su pequeño bolsillo un saquito, y se lo dio a Lucía.- Son dos bolitas de polvo de hadas. Te concederán dos deseos, solo tienes que ponerlas en la palma de tu mano y soplar.
- Muchas gracias hada.
- Suerte, pequeña Lucía.
El hada desapareció en el aire, dejando una estela brillante allí donde había estado. Lucía estaba muy cansada, no sabía donde se encontraban y tenía mucho miedo del bosque, que estaba empezando a oscurecer. Su madre posiblemente ya había llegado a casa, y sí no aún le quedaba otra bolita. Por lo que despertó a Antonio, cogió una de las bolitas de polvo de hadas, y pidió volver a casa. Sopló y la bolita brilló con un millón de destellos multicolores, que hizo que los dos niños tuvieran que cerrar los ojos. Cuando los abrieron se encontraron con que habían regresado al claro donde estaban sus casas. Ilusionados corrieron a ver si sus padres habían vuelto, pero cual fue su dolor al comprobar que sus casas seguían vacías.
Lucía cogió la bolita que le quedaba de las que le había dado el hada. Iba a pedir el deseo de que sus padres regresaran, cuando vio a Antonio llorar sentado en la hierba.
- ¿Qué te pasa, Antonio?
- No sé donde están mis padres, y estoy muy preocupado. ¿Nos vamos a quedar solos, Lucía?- dijo mirando a la niña, con los ojos cargados de dolor.
- No te preocupes, ya verás como pronto van a estar contigo.
Lucía sacó en secreto la bolita del hada, y la sopló al aire, pidiendo que regresaran los padres de Antonio. Después se quedó recostada con él, y ambos se quedaron de nuevo dormidos en la hierba. Al rato, algo zarandeó a Lucía e hizo que se despertara. Los padres de Antonio habían regresado, y lo abrazaban con fuerza, llorando y riendo a la vez. También abrazaron a Lucía, que les explicó con tristeza que no encontraba a sus padres, así que la llevaron con ellos a su casa para que durmiera esa noche allí.
Lucía soñó con el bosque, y en el sueño de repente, con un destello de luz, apareció el hada del bosque verde, que le sonreía.
- Lucía has demostrado ser valiente y fuerte ayudando a tu amigo, así que te mereces un premio. Mañana cuando te levantes lo recibirás, hasta entonces dulces sueños, princesa.
A la mañana siguiente, un dulce aroma a cacao y leche llegó hasta la pequeña nariz de Lucía. Una voz delicada y suave cantaba entremezclándose con los trinos de los pájaros. Lucía abrió los ojos con sorpresa, corrió hasta el salón y se encontró a su madre y a su padre, que la esperaba con una tostada en la mano. Sus padres habían vuelto y ella no podía estar más feliz. Los abrazó con fuerza y guiñó un ojo a un destello fugaz que espiaba divertido desde la ventana.
¡¡Gracias por pasaros!!