jueves, 23 de abril de 2015

Feliz día del libro


Hola a todos y muy feliz día del libro. Uno de esos días para pasar el rato que podamos sentados en el sofá, o ese rincón especial y favorito que tengáis para leer, y sumergirnos en una historia que por unos minutos, nos haga volar y salir de nuestro cuerpo. Espero que podáis permitiros ese rato, y que tengáis muy buenas lecturas de aquí al próximo día del libro. 

Yo tengo muchos pendientes por leer publicados estos últimos meses, por lo tanto he pensado en retomar la sección del blog Lo conoces, a la que dedicaré las próximas publicaciones ya que mi lista de pendientes es extensa. Y para qué dilatarlo, empezaremos hoy. 




El primero que tengo pendiente es Sometida, de D.C López, de la editorial Gram Nexo, un libro cargado de pasión y erotismo, una  historia que promete ser muy interesante. Os dejo imagen, enlace para comprarla pinchando aquí y sinopsis. Disponible en papel.


Aquí comienza la historia de Ángela, una joven Sometida, que no te dejará indiferente...
Antes de adentrarte en la insólita historia que contiene las páginas de este libro que sostienes, te aviso que si lo haces esperando encontrarte en el mismo la típica novela de amor de la que sueles leer habitualmente, que entonces mejor lo dejes de vuelta en la estantería. Pues aquí no encontrarás una historia de ensueño con unos protagonistas maravillosos que todo les va a las
mil maravillas. No, tenlo claro. Aquí la heroína, ,Ángela, será sometida por su depravado novio Derek, a todo tipo de vejaciones. Sufrirá en sus carnes el abuso sexual que este le somete, así como la humillación y el miedo constante que la embarga cada vez que está a su lado, bajo su dominio.
Sin embargo, no todo será sufrimiento para nuestra protagonista ya que la entrada en escena de Tayler, que es todo lo opuesto a su novio y que sí sabe tratarla como se merece, le hará sentirse especial. Pero, ¿habrá futuro para ellos estando Derek de por medio? Eso lo decidirá el destino; en tus manos está el conocer la respuesta.

También tengo muchas ganas de leer Cotton Bride, de Yolanda Quiralte, de la editorial Harlequín. Disponible en ebook.



El amor no hace distinción entre razas...
Luscinda O'Malley llega a Mathair, la rica hacienda sureña perteneciente a la familia de su difunto marido, fiel a la promesa que le hizo de cuidar de su madre si algo le sucediera. Pero nada podría haber preparado a aquella joven, educada en las progresistas ideas del norte del país y firme defensora de la igualdad entre todos los hombres, para lo que iba a encontrar en la casa de sus suegros: el aberrante abuso del blanco sobre el negro.
Tampoco estaba preparada para descubrir el verdadero amor precisamente en un hombre de otra raza, Daniel, el panadero de la hacienda.
Cotton Bride es la historia de un lazo invisible, del orgullo y la fortaleza individuales, de un amor que va más allá del color de la piel, pero también es una historia que rezuma la magia de la repostería preparada con ternura.
Bon appétit!

Por último hoy, también quería hoy hacer mención al libro de Gigoló, de José de la Rosa, del sello Titania. Disponible en ebook y papel.



 Ganador de I Premio Titania Novela Romántica y primer autor español que publica en este sello. • Una versión moderna del cuento de La Bella durmiente, donde la protagonista despierta a la vida tras el beso del “príncipe” • Una historia de amor sobre la belleza de las relaciones imperfectas. Su novio está de viaje, sus amigas ocupadas y María ha decidido hacerlo: contratar los servicios de un gigoló por una sola noche. Sin embargo aquella experiencia de sexo pagado con un desconocido (Allen) quizá sea más trascendente de lo que esperaba. Dos años después se encuentran de manera fortuita, cuando ella está a punto de casarse con el hombre de su vida. Así descubre que Allen lleva desde entonces buscándola, y también que una noche de sexo por 500 libras ha podido cambiar sus destinos para siempre. A partir de ahí, María deberá elegir si continúa su perfecta vida tal y como estaba planificada desde que era una niña o si se deja arrastrar por Allen, un hombre tan atractivo como peligroso, y de quien no puede salir nada bueno... ¿Será capaz María de evitar a Allen? ¿Podrá seguir con su vida tras reencontrarse? Porque no hay mayor traición que ser infiel a una misma, José de la Rosa nos muestra que es posible salirse del guión y empezar de nuevo.


¿Qué me decís? ¿Os apetece alguno? 
Muchas gracias por leer. Un beso gigaaaante

lunes, 23 de febrero de 2015

Adictos a la escritura: Amor, amor...

¡Hola a todos! La entrada de hoy es mi participación al grupo de Adictos a la escritura. Este mes había que escribir un relato de amor, y como este género es uno de los que más me gusta, hay lo dejo. Muchas gracias por leer.

AL COLE CON AMOR

“Hoy vamos a jugar al escondite, te he dejado una nota escondida en la verja del cole, ¿serás capaz de encontrarla? J.”

El mensaje en su móvil le arrancó una sonrisa bobalicona de la cara, mientras preparaba el almuerzo de su pequeño, que no paraba de gritar “Alto, policía”, balanceando unas esposas de juguete de un lado a otro persiguiendo a su hermano mayor. Como cada día, Beatriz corrió detrás de ambos intentando la ardua tarea de que se vistieran para llegar al colegio a su hora. Pero en las últimas semanas ya no se le hacía tan pesada aquella hora del día, justo antes de llevarlos a clase, porque sabía que él le tenía siempre alguna sorpresa preparada.

Por eso cazó a Vicente, su hijo de cuatro años, con un divertido grito de guerra, llevándolo a la cama y haciéndole cosquillas mientras le embutía una camiseta y unos pantalones. Después se lanzó a por Pablo, de siete años, metiendo los libros que le tocaban en la mochila mientras se quedaba observando la indecisión de su primogénito.

─ ¿Te puedo ayudar? ─se acercó a él por detrás, mientras Pablo observaba sin sacar ninguna conclusión el contenido del cajón de las camisetas─. ¿No sabes cual ponerte?
─ ¿Crees que las camisetas con superhéroes son para pequeñajos?

La expresión preocupada de su hijo no pudo más que hacerla sonreír, dándole un fuerte abrazo.

─Creo que eso son tonterías, yo misma llevo camisetas con dibujos muchas veces y soy tu madre.
─Pero Alicia dice que las camisetas con dibujos no molan.

Pablo bajó los ojos hasta sus deportivos, dándole pataditas a una pelusa. Parecía decepcionado con el comentario de su amiga especial y Beatriz no pudo más que apiadarse de él. Siendo tan pequeño y ya quería contentar a su chica, ¿desde cuándo estábamos metidos en ese lío del amor?

─ ¿A ti te gustan esas camisetas?
─Pues claro, pero solo las de superhéroes.
─Entonces no hay más que hablar, cada uno tiene que llevar lo que más le guste, y a quién no le parezca bien que cierre los ojos y se acabó.

Pablo la miró sonriendo con un nuevo brillo, cogió su camiseta de Spiderman y se la metió por la cabeza.

─Si me dice algo le voy a decir lo que tú me has dicho.
─Me parece muy bien.

Depositando un beso en su frente, Beatriz corrió a coger la mochila de Vicente y como si de un desfile militar se tratara, sus pequeños la siguieron hasta el garaje. Cuando llegaron a la puerta del colegio había varios coches parados en doble fila, se bajaron rápido uniéndose al resto de sus compañeros. Dos niños por delante de Pablo estaba Alicia, su “novia” desde principios de curso. Beatriz observó como lo saludaba con una sonrisa, para bajar después la vista a su camiseta arrugando un poco la nariz. Y antes de que dijera nada, Pablo saltó hinchando mucho el pecho:

─Ya sé que no te gustan los dibujos y todo eso, pero esta es mi camiseta preferida, así que tendrás que aceptarlo.

Beatriz tuvo que hacer grandes esfuerzos para no echarse a reír allí mismo, su hijo estaba hecho un viejo. Vio como Alicia lo miraba encogiéndose de hombros con una sonrisa.

─Pues vale, está chula. Si quieres vamos luego a patinar y me pongo una que tengo parecida. Así podemos ser el Equipo Spiderman.
─Buena idea.

Y con aquel simple intercambio, cada uno volvió a lo suyo. Beatriz se quedó maravillada una vez más con la forma sencilla en que aquellos chicos eran capaces de resolver sus problemas. Solo cuando vio desaparecer a Vicente dentro de clase, se permitió olvidarse de todo y dejarse llevar por su ilusión. Corrió más que anduvo hacia la gastada verja blanca que rodeaba el colegio, y la miró con decisión. A simple vista no se veía nada, pero ella iba a encontrar el tesoro de una forma u otra. Por eso comenzó por las bisagras de la puerta, comprobando que estaban vacías. Fue rodeando el perímetro, estudiando minuciosamente cada rincón, pero no parecía haber nada. ¿Se le habría olvidado a J dejar el anunciado mensaje?

Sintió como la ansiedad le daba bocaditos en el pecho, pero no se dejó devorar. Siguió buscando con energías renovadas,  y justo cuando llegó a la esquina que continuaba por la calle perpendicular lo vio. Un rollo de papel metido en el hueco de hierro que formaba una esquina rota. Lo sacó con sumo cuidado para no rasgarlo, y al desplegar el rollito algo tintineó en su interior. Una llave se precipitó al suelo, pero antes de que cayera la cogió al vuelo. En la nota solo unas breves palabras:

“Suit 722. No te retrases, tienes una sorpresa esperándote.”

No hacía falta especificar dónde estaba ubicada aquella suit, ya que su querido Juan estaba trabajando en ese instante y solo podría haberla citado en su magnífico hotel: La casa de la Rosa. Ésta había sido fundada hacía muchos años por su bisabuelo, como un pequeño hostal a las afueras de la ciudad, rodeado de preciosas flores por sus cuatro costados.

Con los años y la ampliación de la ciudad, el hostal se había convertido en un hotel inmenso inundado de la más increíble vegetación, en una zona magnífica de la capital, y Juan de la Rosa se sentía muy orgulloso del trabajo realizado. Pero lo que más alegría le producía en aquellos instantes era la mujer a la que esperaba impaciente, mientras bebía una copa de rosado espumoso mirando por el ventanal, ansioso porque apareciera de una vez. Él, que lucía un carácter imperturbable para solucionar con soltura cualquier problema en el trabajo, perdía todas sus facultades ante Beatriz y lo que le hacía sentir, volviéndose una bestia incontrolable hambrienta de sus besos, su cuerpo y su respiración.

Juan se puso tenso cuando notó como una llave se introducía en la cerradura de la puerta. Dejó la copa en una mesita auxiliar y acudió raudo a abrir, sin darle tiempo a quién quiera que fuera a hacerlo. Descubrió con deleite que era ella, su preciosa dama, la diosa de sus pensamientos. Con el brillante pelo negro cayéndole liso sobre los pechos, los ojos dorados que lo miraban con ese velo de timidez que tanto le excitaba, y un vestido rojo que se ajustaba a la perfección a sus preciosas curvas, Juan sintió que la boca se le secaba y el deseo burbujeó encendiendo su sangre.

No la dejó empezar a decir la palabra que colgaba de sus labios, porque en cuanto Beatriz entreabrió la boca, tiró de su brazo con posesividad pegándola a su cuerpo, a la vez que le daba una patada a la puerta. Cubrió sus labios con urgencia, introduciendo los dedos de una mano en su pelo, mientras dejaba a la otra caer hasta la parte baja de su espalda. Juan absorbió un suave gemido de los labios femeninos, pegándola a la pared con un rugido excitado. Su lengua recorrió el interior de la boca de Beatriz, lamiendo cada rincón, succionándola, para después apresar su labio inferior absorbiéndolo. Solo entonces se permitió separarse un poco, acunando su rostro entre las manos mientras se perdía en su mirada dorada.

─No pretendía empezar esto así, pero cuando te he visto no lo he podido remediar.

Juan repasó la cara femenina con los dedos, acarició la frente en un suave aleteo, descendió hacia las mejillas trazando lentos círculos, llegó a la comisura de los labios delineándolos como si fuera un pintor y aquellas delicias rojizas su obra de arte más preciada. Beatriz le respondió acogiendo un dedo entre sus labios, y con una mirada cargada de mil deseos ocultos, lo absorbió rodeándolo con la lengua. El contacto mandó una descarga de placer a la entrepierna masculina, que se endureció arrancando un siseo ahogado de los labios de Juan.

Beatriz suspiró de placer, le encantaba excitar a ese hombre, se sentía una diosa entre sus brazos. Nadie la podía haber preparado para aquella relación que se había forjado entre ambos, cuando meses atrás se vieron por primera vez. Su hijo Pablo coincidía en clase con la hija de Juan, Elisa, por eso siempre coincidían a la salida del colegio. Ella se había fijado muchas veces en él, con sus pantalones de traje y una inmaculada camisa que combinaba a la perfección. “Un ejecutivo inaccesible”, pensó la primera vez que lo vio. Pero las miradas entre ellos empezaron un día cualquiera, cuando Vicente tiró todo el contenido de su mochila en medio del patio mientras su hermano salía de clase. El desconocido de camisa blanca se acercó a ella, y sin mediar palabra se puso a recogerlo todo hasta terminar cerrando la dichosa cremallera. Lo demás fue una nebulosa , recordaba haberlo mirado a aquellos ojos color chocolate, y mascullar un “gracias” poco claro, pero lo que se clavó en su pecho fue la sonrisa que le dedicó. Una de esas amplia y sincera que se regalan directas del corazón. Así empezó todo, y no podía más que maravillarse de cómo seguía. Ambos estaban divorciados, pero no querían forzar la relación entre los pequeños, por eso iban poco a poco, pero sin pausa, se rió para sí mientras Juan la tumbaba en la cama. La colcha estaba cubierta de suaves pétalos de rosa que le acariciaron la piel desnuda.

Con emoción, Beatriz cogió el rostro del hombre que amaba entre las manos, y lo acercó para besarlo con desesperación. Después de muchos minutos se separaron perezosos, lo justo para que Juan le susurrara en los labios:

─Feliz San Valentín, mi amor. Nunca he disfrutado tanto desenvolviendo un regalo ─a la vez que lo decía, llevó las manos a las piernas femeninas, arrastrando las ligeras medias para dejarla completamente desnuda─. Y creo que no me cansaré nunca de hacerlo.
─Más te vale ─rio sobre sus labios, mientras llevaba las manos a los botones de su camisa desabrochándolos sin apenas paciencia─, porque eres mío.
─No lo dudes, mi precioso bombón, y tú mía.

Beatriz terminó de deslizar los pantalones por las fuertes piernas del hombre que la encerraba entre el colchón y su cuerpo, que se los terminó de sacar con una patada airosa. Y solo cuando sus cuerpos desnudos estuvieron en contacto por completo parecieron poder respirar de forma adecuada, llenándose los pulmones de la esencia del otro.


Juan se dejó caer hacia un lado, arrastrando una de las piernas de ella doblada sobre su cadera, mientras la besaba con devoción. Una mano exploradora se deslizó desde la parte baja de la espalda de Beatriz, cayendo en una caricia lánguida entre sus nalgas, para llegar a su sexo. Con las yemas de sus dedos degustó el tacto caliente y resbaladizo, deslizándose entre los sedosos pliegues con lentas pasadas. El cuerpo de ella se pegó como impulsado por un resorte al suyo, buscándolo, ansiando profundizar el contacto. Entonces Juan llevó su miembro hasta el centro palpitante de Beatriz, y levantándole aún más la pierna se meció penetrándola por completo. Un jadeo inclemente escapó de los labios femeninos, que se apresuró a tragarse con deleite. Entonces la abrazó con fuerza, y tirando un poco del pelo de su nuca separó sus rostros para poder admirarla. La pasión que brillaba en los ojos femeninos era todo un espectáculo.

─Eres tan preciosa ─salió un poco de su cuerpo, solo para volver a introducirse con más fuerza─, tan cálida  e increíble ─entonces llevó su boca hasta el cuello de su mujer, recorriéndolo en una miríada de besos─, que podría estar haciendo el amor contigo por toda la eternidad.

Beatriz lo miró adorándolo, para enredar las manos en su pelo oscuro y atraerlo hacia ella de nuevo.

─No se me olvidan las promesas, señor de la Rosa.
─Ni a mí, querida mía.

Se besaron con profundidad, como si no hubiera un mundo alrededor y toda su existencia estuviera reducida a aquel momento, al cuerpo del uno dentro del otro, a aquella unión tan perfecta que desafiaría cualquier ley existente. Y bajo los perezosos rayos del sol de la mañana, se amaron durante horas, con la melodía divina de sus suspiros enlazados.


Muchas gracias de nuevo por leer.

Un beso gigante.

viernes, 2 de enero de 2015

Adictos a la escritura: Carta a los Reyes Magos

Muy buenas para todos. En primer lugar quiero desearos un muy feliz año nuevo, lleno de salud, amor y sueños, tanto nuevos como cumplidos. Espero que estas fiestas estén siendo muy especiales para vosotros, y que la Navidad os esté resultando como mínimo buena. 
Hoy os traigo mi aportación del mes al grupo de Adictos, que consistía en escribir una carta a los Reyes Magos. Esto forma parte de un proyecto que tengo entre manos.


Queridos Reyes Magos:

¿Cómo habéis pasado este año 2014, tan largo y tan corto a la vez? El tiempo es tan relativo… Según en que lo estés empleando se eterniza o se hace efímero; como el primer día de trabajo en un lugar desconocido, como el primer beso de unos amantes anhelado durante largo tiempo.
¿Lo recuerdas Melchor? Yo aún tengo tu huella en mis labios. Quizás te rías cuando leas esto (estoy segura de que lo harás, leerla quiero decir, ya conozco tu “mágica” propiedad de ubicuidad incluso en estas fechas), pero no es mentira lo que te digo. Tu beso, ese de hace tantos años, cuando aún teníamos acné e inseguridad a raudales, se quedó en mi recuerdo como una experiencia indeleble. ¿Te pasó a ti también? Estoy segura de que no, pero no es importante.

Bueno, llegados a este punto, y dado el trabajo que tendréis en estas fechas y los montones de cartas por leer, iré al grano. Mis divagaciones estaban muy relacionadas con el único deseo que os quiero pedir: quiero un beso como el que me diera hace tantos años vuestro compañero.

Podría pedir un coche nuevo, que el mío está hecho una birria, pero puede aguantar un añito más. También un fin de semana de relajación en el spa de San Pedro, ese en el que te ponen toallitas calientes en el cuello y el trasero, mientras unas manos expertas recorren tu cuerpo, delineándolo, barriendo la tensión para que creas que estás flotando en una nube. Pero eso me lo podré pagar con unos meses de ahorro.

No, no quiero nada de eso. Podré sobrevivir sin poseer ni una sola de esas cosas, pero no sé cuánto tiempo más aguantará mi alma empalidecida en este estado de soledad. Y creo que un beso podrá ayudarme a sobrellevar otro año así. No os riais de mí, os lo ruego (quizás solo un poco, ¿de acuerdo?). Me han besado bastante a lo largo de estos años, he estado con hombres de todo tipo, que me han prodigado atenciones, caricias, sexo… Pero al final, todo era igual de vacío. No me refiero a la presencia, os hablo de la resonancia que todo eso tenía en mi corazón. Cero.

Por eso yo pido, para esta Navidad, un beso de esos de verdad, aunque sea solo uno, ¿vale? Te encomiendo a ti la labor, Melchor, porque sé de sobra que conoces la naturaleza de los besos que yo pido. Uno que me deje llena, que me sacie, que me haga descolgarme de mi propia vida, aunque sea solo durante los minutos que dure. Yo me comprometo a guardar la experiencia para siempre, y no volver a pedir nada tan raro nunca más. Pero vosotros sois expertos en emociones y sentimientos, así que sabréis bien como conseguir esto.

Sin otra particularidad, agradezco mucho que hayáis leído mis palabras. Llevad cuidado en vuestros agitados viajes. Espero que vuestros deseos también se cumplan.
Un beso gigante (sí, de los de verdad).

Ana 


lunes, 15 de diciembre de 2014

Adictos a la escritura: ¿Y si fuera...?

Hola a todos. Hoy traigo una entrada participando en el proyecto del mes de Adictos a la escritura. En esta ocasión se trataba de situar el relato en otra época histórica, incluso con personajes reales de dicha época. Yo he elegido el siglo XVIII-XIX, teniendo como protagonista a Robert Fulton, ingeniero que creó uno de los primeros barcos de vapor usados comercialmente. No tengo mucha idea de escribir nada histórico, pero he hecho lo que he podido.

De máquinas que se mueven y corazones que bombean sentimientos

Robert Fulton no se rendía fácilmente. Sus numerosos viajes entre Europa y América daban fe de ello, y aunque la primera vez que abandonó su natal Pensilvania lo había movido un acercamiento al arte inglés, había derivado en un interés cada vez más creciente en la investigación y la invención. 
Se había movido mucho desde que oyó por primera vez, cuando aún no había llegado a la adolescencia, un testimonio fidedigno acerca de la máquina de vapor, de boca de William Henry. Le encantó su funcionamiento, y quiso construir algo que  funcionara con ella. Y es que crear cosas, del género que fueran, siempre le había parecido una experiencia fascinante.

Por eso estaba tan orgulloso mientras surcaba las aguas del río Hudson, sobre su gran monstruo acuático. Había fracasado anteriormente, sí, el primer barco que construyó se hundió como hierro en el agua; el segundo navegó valiente por el Sena sin llegar a ser funcional. Pero 1806 parecía ser su año, y el Barco de Vapor del Río Norte surcaba las aguas impetuoso, con sus grandes palas comiendo metros más rápido que cualquier barco de vela. 
Podía escuchar los gritos de su hombre de confianza, dando ánimos a los trabajadores para que alimentaran las calderas. Su preciada máquina de vapor, esa que por fin impulsaba el barco como él quería, dejaba sus volutas de humo en una estela grisácea que cualquier observador, y había muchos tanto en la orilla del río como en pequeños barcos alrededor, podía apreciar.

Tenía mucho que agradecer y él lo sabía. Siempre había intentado compensar un esfuerzo a los que le rodeaban, y muchos le habían acompañado en su recorrido, tanto físicamente como en su extensa documentación: el marqués Claude de Jouffroy, con su barco de paletas; el duque de Bridgewater, dejándole su canal para sus investigaciones… Sin duda el trabajo de William Symington con los barcos de vapor había sido también determinante para él.

Apoyada en la barandilla, con el pelo volando en mil formas imposibles a su alrededor, se encontraba su mujer. La espalda recta, la barbilla alzada como una reina, y una mirada tan dulce que era capaz de derretir hasta la más férrea voluntad. Ella lo anclaba a la realidad, no dejando que la locura de la investigación y las máquinas lo llevara con él, lo alzaba en los momentos de duda.
 A pesar de ser algo escandaloso para los cánones establecidos, su amor estaba muy por encima de lo que la sociedad pudiera pensar, así que se acercó a ella pegando todo su cuerpo a su costado, y poniéndole el brazo alrededor de la cintura. Con una pequeña inclinación, le dio un suave beso detrás de la oreja. Ronroneó satisfecho al notar su estremecimiento ante la leve caricia.

─¿Qué piensas, mi amor?
─Que no podría estar más orgullosa de ti.

Una sonrisa de satisfacción se extendió por su rostro. Que ella se sintiera así hacía que su alegría fuera mucho mayor. Catherine Livingston nunca había sido una mujer fácil de contentar.

─Todo esto es gracias a ti ─después le tocó la barriga con amor, mientras miraba al horizonte─. Y gracias al pequeño que llevas ahí. La ilusión mueve montañas.
─Tendrás mucho que enseñarle, Robert.

Entonces recordó la oferta que había recibido unos días antes, y su semblante se endureció levemente. Nadie lo notó, era un hombre acostumbrado a manejar a su antojo su temperamento. Pero la incertidumbre estaba ahí. Fue la llamada de su colega Bell la que le informó de que un tal lord Richard Klivington quería adquirir su submarino, el Nautilus. Le sorprendió tal noticia, ya que eran pocos los que tenían conocimiento de que aún lo conservaba en un embarcadero de Inglaterra, pero así era. A pesar de haber resultado un proyecto frustrado, ya que nadie había querido seguir financiándolo y no lo habían considerado apto para el ejército, no había podido deshacerse de él.

Quizás fuera su lado romántico, pero en sus viajes a Londres siempre lo visitaba, acariciaba su interior, su exterior de cobre. A Catherine le encantaba besarlo en  aquella pequeña nave que tan poco había navegado. Ahora un desconocido quería hacerse con ella. De hecho había llegado a intercambiar correspondencia con él directamente, y lo que más le había llamado la atención eran sus motivos. Puede que fueran aquellas razones las que le estaban llevando seriamente a plantear vendérselo. Porque para su sorpresa, lord Richard Klivington quería el submarino para que su querida esposa pudiera ver algunos animales marinos. ¿Quién se gastaría miles de libras en algo así? Porque esa era otra de las cosas que le llamaba de manera poderosa la atención. Aquel loco estaba dispuesto a gastarse una cantidad indecente de dinero, cantidad que él sabía muy bien que no valía. Y aunque el dinero no era en ese momento un problema para él, no era tan tonto como para saber que en unos años las cosas podrían estropearse, y tanto a él como a su descendencia le vendría bien tener un seguro guardado.

Soltó a su mujer para tomar la barandilla con ambas manos y apretarla fuerte. Después la buscó con la mirada. Ella ya lo observaba, todos sus sentidos puestos en él. Todo el mundo debería disfrutar de una atención tan amorosa al menos una vez en la vida.

─¿Lo vendo?

No hacía falta especificar, ella sabía de qué hablaba.

─Siempre podrás hacer uno nuevo y mejor ─lo miró de esa forma profunda que iluminaba lugares de su mente desconocidos para él mismo─. Sí, sabes que es una oferta muy generosa.
─Un derroche.
─Eso es cosa suya, Robert. No obstante, siempre puedes preguntarle el porqué.

Robert asintió, mientras se inclinaba sobre su mujer y le daba un escandaloso beso en los labios. Un mes después se reunía con lord Richard Klivington en un embarcadero de Inglaterra. El Nautilus les observaba curioso, con el frío cobre reflejando la rara claridad de aquel día.

─Bueno, ya es todo suyo, como hemos acordado. Creo que no le será nada complicado conocer los fundamentos del mismo, dada su formación.

El lord había resultado ser un ingeniero bastante afamado en sus círculos.

─Sin duda sus indicaciones me serán de gran ayuda.

Ambos hombres estuvieron divagando durante un tiempo sobre los materiales y el funcionamiento del submarino. Cuando ya se disponían a despedirse, Robert Fulton llamó la atención del que ya era el dueño del Nautilus.

─Usted podría haber fabricado uno igual, ¿por qué comprar el mío?

Lord Richard Klivington se quedó un rato mirando el submarino, y el agua que se expandía tras el mismo. Después con una sonrisa sincera lo miró.

─Siempre es más fácil partir de un punto de referencia sólido ─indicó señalando la embarcación. Después su risa se hizo más atrevida─. Además, mi esposa tiene ardientes deseos de ver lo que hay bajo la superficie del mar. ¿Quién podría contradecir a una dama?

Robert rió con aquel hombre mientras meneaba la cabeza, comprensivo.

─Nadie en su sano juicio, sin duda.

Ambos hombres partieron cada uno a su destino. Uno con cierta añoranza, el otro con cierto anhelo. Porque el último deseaba hacer feliz a su esposa cuanto antes. También perfeccionar aquella máquina.

Años después conseguiría hacerla navegar desprendiéndose de los trabajosos pedales, con un motor de combustión interna, antes de que Beau de Rochas lo describiera y Otto después también, haciéndolo funcional. La leyenda cuenta que antes de su muerte, lord Richard Klivington vendió su Nautilus, un submarino mucho más notable ya, al capitán Nemo, que trabajó duro con él durante un tiempo, ampliándolo y perfeccionándolo, antes de echarse a la mar con sus hombres en busca de mil aventuras. 

Muchas gracias por leer. Muchos besos.

lunes, 3 de noviembre de 2014

"Amor con amor se paga" Sarah MacLean

¡Hola a todos! Feliz inicio de semana en primer lugar. Hoy vengo a informaros de la última novedad en romántica de ediciones Versátil, “Amor con amor se paga”, de la autora Sarah MacLean, que ya deleitó a muchos con su serie Love by Numbers.

En esta ocasión este libro pertenece a la serie Las reglas de los canallas, siendo el segundo de ellos. Sale a la venta hoy tres de noviembre tanto en formato papel como en ebook. Aquí os dejo la sinopsis:


Pippa sabe lo que quiere… Pero solo un canalla sabe lo que desea.
Lady Philippa Marbury es… rara. A pesar de ser hija de un marqués, Pippa está más preocupada por los libros que por los bailes, por la ciencia que por disfrutar de la temporada, por su laboratorio que por el amor.
La brillante joven arde en deseos de casarse con su simplón prometido y vivir el resto de su vida tranquila, rodeada de sus perros y de sus experimentos científicos, pero antes de que eso ocurra tiene por delante catorce días para investigar sobre las partes más misteriosas y excitantes de la vida conyugal.
No es demasiado tiempo, así que para satisfacer sus objetivos necesita que la guíe alguien familiarizado con los rincones más oscuros de Londres.
Necesita… un canalla.
Necesita a Cross, el inteligente propietario de uno de los más exclusivos clubs de juego de Londres. El hombre con la reputación perfecta para mostrarle el lado perverso de la vida. Sin embargo las reputaciones a menudo esconden oscuros secretos y, cuando la poco convencional Pippa le propone que la instruya en la parte científica de las emociones, Cross tendrá que recurrir hasta a la última gota de su fuerza de voluntad para resistirse y no dar a la dama mucho más de lo que está reclamando.

Yo me estoy el primero de la serie, Un canalla siempre es un canalla y me encanta, no solo la historia, sino la forma de contarla y los detalles que elije para meterte en una escena, tengo que decir que muy bien cuidados y evocadores.

También os dejo el link a una entrevista que le han hecho con motivo de su lanzamiento pinchando AQUÍ.

Gracias a Eva Olaya de ediciones Versátil por la información.

Muchos besos para todos