Hola a todos. Mil perdones por no publicar esta semana. Hoy os traigo un relato que he escrito para una iniciativa organizada por Paty C.Marín, Los juegos de invierno. Consiste en escribir un relato erótico en base a una serie de fotografías que ella nos daba. Así que ya sabéis que el relato que os presento a continuación tiene escenas hot hot hot, y las fotografías también son de contenido muy erótico. Siento los errores que pueda haber, ya que creo que es lo primero de este género que escribo.
“La caricia de Mister E”
La señorita Claudia Smithers atravesó la puerta de la enorme mansión victoriana, y no pudo evitar que un escalofrío le recorriera la piel. Nunca hubiese imaginado que acabaría en un lugar como aquel, pero por su hermana Lily haría lo que fuera. Lo más paradójico era que aquella glamurosa fiesta, no parecía diferente a las fiestas de sociedad que tan acostumbrada estaba a concurrir. Pero bien sabía que no era una fiesta cualquiera, si no el lugar de reunión de la clandestina sociedad Pasionata.
Precedida por un apuesto mayordomo, llegó hasta el centro de la sala, observando que aquella zona estaba inundada de una mayor claridad. Decenas de desconocidos merodeaban por la estancia, la mayoría en pequeños círculos, y con la correspondiente venda alrededor de los ojos. Sabía que era una regla del club que los hombres fueran con dicha venda, para preservar su intimidad delante de las damas. La intimidad de las mujeres estaba asegurada ya que ellos hacían un juramento con sangre al entrar al club, asegurando que jamás desvelarían la identidad de quien pasara por allí. Pero la mujer solo tenía que llegar a aquella indecente mansión, y elegir con quién quería irse a la cama. Porque aquel antro, aunque lleno de preciosas butacas y cuadros dignos de cualquier museo, no dejaba de ser un punto de encuentro para disfrutar del sexo sin haber contraído matrimonio, en una sociedad en la que aquello no estaba demasiado bien visto.
Claudia observó como la claridad se filtraba en el centro de la sala, ya que estaba abierta al cielo, a través de un patio de varios niveles. En la barandilla del primer piso pudo observar una figura alta, de pelo moreno elegantemente peinado. Aquel hombre parecía mirarla fijamente, aunque no podía estar segura por la dichosa venda que rodeaba sus ojos. Lo que sí pudo comprobar, era que en su rostro se formaba una sonrisa sesgada y provocadora. Como si le hiciera gracia que ella estuviera allí, retándola a acercarse. De alguna forma, le resultó una presencia llena de magnetismo, y decidió subir por la escalera lateral, hasta esa primera planta, solo para saciar su curiosidad.
Una vez en la barandilla superior, se apoyó sobre la roca fresca, y oteó a su alrededor, comprobando que el hombre había desaparecido. Decepcionada, deslizó su mirada por las columnas decoradas con bustos de caballeros. Aunque elegante, la propiedad no podía negar el paso del tiempo. Imaginó cuantas mujeres habían sucumbido al deseo entre aquellas paredes, y se estremeció de la cabeza a los pies. Y también maldijo a su hermana, para que lo iba a negar. Lily había hecho una apuesta que había perdido estrepitosamente, y su forma de pagar era ir al Pasionata, y satisfacer sus necesidades con cualquiera de los hombres que allí se encontraban. Podría parecer un regalo en vez del cobro de una apuesta, pero al hombre con el que apostó, Rick Vangrak, poco le importaba la riqueza. Lo que sí le interesaba era ver como una señorita de alta cuna manchaba su reputación y su conciencia en un club como aquel.
Cuando se disponía a darse la vuelta, sintió como una mano cálida y grande se posaba en su cintura, al tiempo que la figura de un hombre alto y corpulento se materializaba a su lado. Lo miró sin decir una palabra, y comprobó que se trataba del caballero que la había observado hacia pocos minutos.
- Parece que es usted nueva por aquí, ¿me equivoco?
La voz profunda y penetrante acarició sus oídos, y le provocó un absurdo escalofrío.
- ¿En qué me lo nota, si puedo preguntarlo?- respondió con mirada recelosa Claudia.
- En que se queda sola deambulando sin rumbo, señorita- aclaró el desconocido, dirigiéndole todo el peso de su mirada cubierta-, y aquí nadie viene a quedarse solo.
- Me imagino- Claudia le sostenía la mirada titubeante, maldiciendo aquella venda que le impedía ver su rostro con claridad.
- ¿De verdad se lo imagina?
- ¿A qué se refiere?
- A lo que hacemos aquí. No tengo claro que usted tenga una idea precisa de lo que ocurre en esas habitaciones.
El desconocido señaló con la cabeza un pasillo detrás de ellos, que se adentraba terminando en una amplia cristalera. A su vez, apretó ligeramente la mano sobre la cintura de Claudia, atrayéndola hacia él.
- Conozco bien lo que se hace aquí, creo que todo Londres conoce las idas y venidas de su club secreto- aclaró Claudia mientras intentaba alejarse de la presa de aquel hombre-. También sé que son las damas las que eligen al hombre.
- Y no se equivoca, señorita- una sonrisa descarada y tremendamente sexy cruzó el rostro del hombre. Sus carnosos labios estaban rodeados de una incipiente barba negra, que endurecía sus facciones y lo hacía parecer aún más peligroso-. ¿Ha escogido ya a su Pasionere? Así es como nos solemos llamar por aquí.
- Aún no.
Claudia se asomó por la barandilla, escrutando a los hombres que había en el gran salón inferior durante un largo minuto, tiempo durante el cual, no dejó de sentir la mirada de su acompañante misterioso sobre ella. Simulando una expresión hastiada que para nada tenía que ver con lo que sentía, se dirigió de nuevo al desconocido. Le pareció que éste tenía la mirada centrada en sus labios, pero no lo podía asegurar.
- No sé cómo voy a elegir si no hay grandes diferencias entre uno u otro hombre. Con esa venda que lleváis es imposible distinguir como sois- explicó Claudia con fastidio, mientras sus dedos de forma involuntaria se alzaron para tocar la tela que cubría los ojos del hombre. Se ruborizó en seguida, retirando la mano con rapidez.
- Creo, señorita, que lo que menos les importa a las mujeres que frecuentan este club es el color de los ojos- de nuevo se extendió una sonrisa jocosa por sus gruesos labios-. Dígame, ¿qué hace usted aquí? No parece que quiera nada de lo que podemos ofrecerle.
- Se equivoca, sé muy bien a lo que he venido- espetó Claudia con decisión-. Tengo que saldar una deuda. Hice una mala apuesta, y ahora me toca pagar las consecuencias.
- Y dígame, ¿en qué consiste exactamente la deuda?
- En acostarme con un hombre aquí, para que el caballero que me ha ganado pueda regocijarse con mi perversión particular- Claudia se llevó una mano al pelo, arreglándose el cuidado moño que enrollaba su sedoso cabello negro-. Así que eso es lo que voy a hacer.
- Curiosa forma de pago, tampoco parece usted una de esas mujeres aficionadas a las apuestas.
- Es bastante irritante todas las conclusiones que saca usted con solo mirarme- exclamó acercando su rostro al de aquel extraño-. ¿Y qué tipo de mujer le parezco?
- Una muy interesante, y preciosa, sin duda- alzó una mano, grande y con un tono moreno, abarcando su mejilla por completo-. Pero creo que le falta valor para saldar su apuesta hoy.
El tonillo retador hizo que algo se encendiera en el pecho de Claudia, una indignación creciente mezclada con un arrojo que hasta el momento desconocía.
- Eso piensa, ¿verdad? Pues se equivoca totalmente, el problema es que no creo que el tipo de hombre que hay aquí, sepa complacerme ni lo más mínimo.
- Bueno, si quiere yo le puedo hacer cambiar de parecer- descendió la mano de la mejilla por el cuello, acariciando con las yemas de los dedos muy lentamente la fina piel de la mujer, y bordeando su clavícula-. O al menos conseguir que saque algo beneficioso del pago.
- ¿Cómo qué?- preguntó retadora.
- Placer- el hombre acercó los labios lentamente al oído de Claudia, acariciando con su tibio aliento su piel-. Le aseguro, señorita, que puedo hacer que se corra como nunca antes lo ha hecho.
Claudia se quedó sin aliento ante las palabras atrevidas y excitantes de aquel hombre, y pudo notar como bajo el corsé de su precioso vestido negro, las cumbres de sus pechos se erguían buscando ese placer que el desconocido aseguraba. Se reprendió a si misma por su debilidad, pero no se apartó cuando los labios del enmascarado rozaron como el toque de una mariposa su mejilla, y quedaron a milímetros de los suyos. El hombre sacó levemente la lengua, y con la punta de la misma dibujó el contorno de sus labios, muy lentamente. El corazón le latía tan rápido que parecía querer salirse del pecho. Se separó un poco de ella, dejando las manos sobre su hombro y cintura.
- ¿Y bien? ¿Le apetece pasar un rato en mi compañía?
- Supongo que si tengo que hacer esto, usted me vale para ello.
Él asintió satisfecho, aquella mujer le parecía un bombón de la cabeza a los pies. Y tenía algo sumamente excitante que hacía que solo pensara en desnudarla por completo y recorrer todo su cuerpo con las manos, y saborearlo después con su boca. Cogió su mano con decisión y la llevo ante el administrador del local. Unos metros antes de parar ante la gran mesa de cerezo, se volvió hacia ella de nuevo y le explicó.
- No sé si sabe, que es regla del club que nos acompañe en nuestro encuentro un caballero de la organización para preservar su seguridad, y mi acompañante.
- ¿Otra mujer?- susurró con tono exaltado.
- Me temo que no- él la observó de arriba abajo, demorándose unos segundos en su pecho, voluptuoso y prominente, y cuya respiración se había acelerado visiblemente-. Otro hombre, querida, pero ellos serán simples observadores.
Claudia estaba horrorizada ante la idea de desnudarse delante de tres hombres, pero no quería parecer una puritana ante aquel hombre de mundo, aunque lo fuera. Por lo que recompuso rápidamente su gesto, y asintió de forma enérgica.
- No tengo problema con que me miren.
El enmascarado captó el leve temblor de su voz, pero no hizo ninguna referencia al respecto, solo sonrió de forma seductora.
- Excelente entonces. Dígale al administrador del local la deuda que viene a saldar- le señaló a la persona que había ante ellos. Tras un escritorio de madera, un hombre de unos cuarenta años, y mirada avispada, los sondeaba a través de unas finas gafas.
- Vengo por una apuesta con Rick Vangrak.
El administrador buscó entre los folios, y asintió lentamente con la cabeza mientras miraba uno de ellos.
- Correcto, aquí tengo anotado que una señorita vendría en los próximos días. Sin demora informaremos al señor Vangrak de que ha cumplido con su demanda.
- Gracias- contestó secamente mientras se dejaba guiar por la mano del hombre que la tenía sujeta por la cintura.
Atravesaron el patio y se internaron por un corredor lleno de pinturas a ambos lados. Una gruesa alfombra roja cubría el suelo, amortiguando el sonido de los zapatos de tacón de Claudia. Se detuvieron ante una amplia puerta de madera, que su acompañante se dispuso a abrir. Pero antes la miró brevemente.
- A partir de ahora, me puedes llamar Evan.
- ¿Es tu nombre?
- Poco importa, ¿no crees?
Ella asintió sin mucho convencimiento, y pasó a la habitación detrás de él. Una tenue luz se filtraba por la ventana, tapada parcialmente por unas gruesas cortinas de terciopelo. En el centro de la estancia había una enorme cama, cubierta por sábanas rojas, que hizo que Claudia se estremeciera mientras observaba como Evan se quitaba con movimientos seguros la corbata, lanzándola sobre una cómoda cubierta de velas. Sin saber qué hacer, avanzó con paso inseguro hacia el hombre, que a su vez se giró hacia ella acercándose hasta que sus cuerpos estuvieron a milímetros de distancia.
Él llevó sus manos hacia el moño que le recogía el pelo, y con dedos expertos se lo deshizo poco a poco, sin quitarle la vista de encima. Dejó que su largo cabello recogido en una coleta, cayera libremente por la espalda, y enrollando una mano en el mismo, acercó la cabeza de Claudia a la suya, y capturó sus labios con voracidad. Claudia notó como aquellos labios calientes moldeaban los suyos, de una forma hambrienta y a la vez cálida, y cuando notó la presión para que dejara entreabiertos los labios, se dejó llevar, permitiendo que la lengua de él penetrara en su boca. Notó como lamía sus dientes y buscaba desesperado una lengua con la que jugar, y ella accedió, enredándose con él en aquella danza sensual. Notó como las rodillas le flojeaban ante la intensidad de aquel hombre, pero él había posada sus palmas en la parte baja de su espalda, por lo que no podría perder el equilibrio. Se oyó un ruido de fondo en la habitación, una especie de murmullo, pero lo obvió absorbida como estaba en la vorágine de sensaciones. No fue hasta que vio de reojo a dos figuras ante la puerta, cuando se separó bruscamente de su amante.
Los miró con inquietud, mientras ellos se mantenían callados y sin realizar ningún movimiento.
- Estos son los dos hombres de los que te hablé, querida- explicó mientras llamaba a los otros dos-. Podéis pasar chicos.
Vestían unos pantalones negros de traje, rematados por una camisa blanca que se adaptaba muy bien sobre sus elegantes cuerpos. Claudia los revisó de arriba abajo, comprobando que uno de ellos era más alto y esbelto, con el pelo moreno peinado a un lado, y una enigmática sonrisa colgando de sus labios. El otro más musculoso, con el pelo rapado, de un rubio oscuro, se mantenía serio y expectante. Reparó en que ambos lucían sendas erecciones, y apartó la mirada al instante.
- Creo, preciosa, que llevas demasiada ropa encima, y así es imposible que pueda cumplir la promesa que te he hecho antes.
Evan la cogió de la mano, secundado de cerca por los otros dos, y la llevó hasta la pared del fondo de la sala, junto a la cama.
- Apoya las manos en la pared, querida, vamos a ver qué podemos hacer con este vestido.
Claudia lo miró un momento, con cierto reparo, pero decidió obedecerlo. Apoyó las palmas sobre la fría pintura, y pudo sentir como el hombre se posicionaba a su espalda. Al instante sintió como manipulaba las cuerdas de su corsé, tirando de ellas fuertemente, lo que hizo que Claudia se quedara unos instantes sin respiración. Pero al momento siguiente sintió como poco a poco liberaba la tensión, y el vestido dejaba de presionar con firmeza su pecho, deslizándose lentamente hacia abajo. Mientras Evan maniobraba a su espalda, notó como el hombre esbelto de la entrada se posicionaba a su lado, y sin mediar palabra alargó sus manos hacia los pesados pendientes que llevaba, liberándola de ellos. Con sus largos dedos masajeó suavemente un lóbulo y después otro, y se acercó un poco más hasta pegar los labios a su oído.
- Es usted toda una belleza, señorita, y me encantaría besar su piel, ¿puedo hacerlo?
Claudia tragó saliva mirando a aquel desconocido, y asintiendo levemente con la cabeza. Se empezaba a sentir realmente confusa, y no terminaba de comprender por qué se dejaba hacer de aquella manera, pero ya que estaba metida en aquel lío, no tenía ganas de reflexionar. Míster elegante, por llamarlo de alguna manera, se acercó al lóbulo que previamente había masajeado, y lo atrapó entre sus labios, succionándolo con fruición. A su vez lo arañó levemente con los dientes, mandando un escalofrío que impactó de lleno en sus pezones, que se quedaron rígidos y turgentes. A su vez, Evan colocó las fuertes manos bajo sus axilas, de forma que la punta de sus dedos rozaba la parte superior de su pecho de forma muy sutil, y tiró hacia abajo del corpiño, dejando que se quedara encajado en sus caderas.
Claudia podía sentir con nitidez el aire frío que acariciaba la cumbre de su pecho, dejándole una sensación de vacío y necesidad en la piel. Aunque pronto se vio recompensada por las manos de Evan, que ascendieron dibujando formas sinuosas a lo largo de su espalda, rodeando sus costillas hasta acunar sus senos prominentes de forma posesiva. Los apretó, sopesándolos, mientras juntaba a su espalda desnuda la fría tela de su camisa. Y con ellos sujetos la guió hasta la cama, dejándola en el filo de la misma. Míster elegante lo sustituyó, mientras Evan bordeaba la cama, colocándose en el borde opuesto a Claudia, y subiendo a la misma.
Claudia pudo notar como las manos del hombre que ahora tenía detrás se colocaban sobre sus caderas, metiendo los dedos por dentro del borde de su vestido, y bajándoselo de un solo tirón hasta los pies. Al instante, sintió como sus mejillas empezaban a arder, y avergonzada, se acordó de pronto del otro hombre que había en la habitación. Pero no le dio tiempo a echar un vistazo para ver donde se encontraba, porque Míster elegante se había pegado por completo a su espalda, y pudo comprobar cómo la dureza de su entrepierna rozaba presumida sus nalgas. También sintió como le empujaba levemente las rodillas con una de sus piernas, para que las doblara, y debido a su empuje, Claudia cayó sobre la cama de rodillas, apoyando las manos en el colchón para no quedar acostada. No sintió el peso del chico esbelto tras ella, pero si notó como unas manos se posaban sobre sus muslos desnudos, haciendo lánguidas caricias desde sus rodillas y por la parte externa de los muslos, hasta llegar a la fina tela de sus braguitas, para después continuar en sentido descendente y vuelta a empezar.
Nerviosa, intentó alejarse de esas caricias, adentrándose un poco más en la cama, pero en seguida el cuerpo de Evan frenó su avance. Se encontraba de rodillas sobre la cama, frente a ella, y exudaba masculinidad por cada poro de la piel. Observó cómo se pasaba la lengua por los labios, y miraba fijamente su pecho sin perder de vista el leve movimiento bamboleante que el otro hombre producía con sus caricias. Evan se acercó, cogiéndole la coleta en un puño con una mano, mientras que con la otra agarraba su cuello en una firme caricia. Los ojos de Claudia brillaron, y su respiración se aceleró cuando la mejilla rasposa de aquel hombre le arañó los labios, y pudo sentir su cálido aliento en el oído.
- Mirarte es como un pecado, preciosa, y yo estoy deseando empezar a pecar, pero el problema es que no sé por dónde empezar- deslizó la mano que tenía en el cuello hacia uno de sus pechos, y Claudia se quedó sin aire cuando apresó entre sus dedos un pezón, apretándolo hasta un punto cercano al dolor, para después liberarlo imprimiendo en el mismo unas suaves caricias con la yema de los dedos-. Tu pecho es lo más bonito y delicioso que he visto en mi vida, y tu cuerpo es demasiado perfecto para no adorarlo, ¿dejarás que te saboree, querida?
- ¿A… a qué te refieres?- confusa intentaba centrarse en las palabras, pero las sensaciones empezaban a ser demasiado poderosas para que fuera consciente de algo más.
- A comerte entera, sin duda.
Un gemido se escapó de los labios de Claudia cuando a la vez que notaba que Evan atrapaba el otro pezón, Míster elegante comenzó a deslizarle lentamente sus finas braguitas negras por los muslos, de forma que podía notar la caricia de su aliento en la piel del trasero que se iba quedando desnuda. Fue a quejarse por ello, ya que no estaba preparada aún para que la desnudaran por completo, además recordaba vagamente que Evan le había comentado que los dos acompañantes extras eran meros observadores. Entonces, ¿qué hacía aquel hombre arrastrando su ropa interior a lo largo de las piernas, hasta sacársela por los altos tacones negros? Pero antes de que pudiera hacer alguna objeción, los suaves labios de Evan sustituyeron a sus dedos, y capturando un pezón entre los dientes notó como rotaba la lengua, humedeciéndolo, antes de succionarlo tirando con fuerza de él. Otro gemido brotó de los labios de la mujer, lo que aprovechó el otro acompañante para posar las manos sobre sus nalgas, amasándolas con dedicación, mientras se pegaba a su espalda. Un reguero de besos cubrió toda su columna, acompañados de lánguidos lametones, mientras las manos de las nalgas seguían trabajando y Evan devoraba sin piedad sus pezones, la areola y todo lo que quedaba a su paso.
Claudia sentía que el deseo empezaba a convertirse en una bola de fuego en sus entrañas, que aquellos dos hombres se encargaban de acrecentar más y más. Todas sus terminaciones nerviosas se habían electrificado, y la piel se mostraba sensible en cada punto. La mano de Míster elegante se adentró entre sus muslos de forma peligrosa, quedándose apenas a un centímetro de su entrepierna, y Claudia descubrió frustrada que su cuerpo clamaba por ser atendido en aquella zona. Instintivamente alzó el trasero, y su acompañante le regaló una risa ronca que la excitó aún más.
- Veo que nuestra dama necesita ciertas atenciones, pero ahora mismo no tengo claro de qué se trata-susurró con voz grave, mientras seguía dejando que sus dedos vagaran errantes entre las piernas- Dígame, señorita, ¿qué es lo que quiere de mí ahora?
Claudia se negó a contestar a la osadía de aquel hombre, al que ni siquiera había podido ver con claridad en ningún momento, y se mordió los labios frustrada. Y él en respuesta continuó con su recorrido entre las nalgas, sin llegar a tocar el ansiado centro de la mujer. Tan sumida en el placer estaba Claudia, que no vio al rubio de aspecto serio acercarse, colocándose en una esquina de la cama.
- No seas malo, Brian, y dale lo que quiere- le dijo a Míster elegante.
- ¿Y qué es lo que quiere?- inquirió en tono seductor el aludido.
Evan dejó de torturar el pecho de la mujer, la levantó por las axilas y le dio la vuelta en un rápido movimiento, colocándola con la espalda sobre las sábanas, la cabeza de ella muy próxima a su regazo. Los otros dos hombres se pusieron uno a cada lado de sus piernas. Y nadie se movió durante unos interminables segundos. Solo centraron su mirada en ella, recorriendo hasta el más íntimo recoveco de su piel. Claudia nunca se había sentido más desnuda como en aquel instante. Ni más expuesta. Ni más excitada. Sentirse observada por aquellos tres depredadores hacia que su mente volara, y sin poder evitarlo sintió la humedad crecer en su entrepierna. Con la poca cordura que aún le quedaba, trató de cerrar las piernas, pero tanto el rubio como Míster elegante posaron sus manos en ellas, impidiendo que las cerrara, y quedando semiabierta para ellos. A su vez Evan acarició sus brazos, elevándolos por encima de su cabeza, y llevando sus manos de nuevo a los pechos de Claudia. Observó que los otros dos hombres miraban expectantes el avance de su boca hasta el pezón derecho, y antes de apresarlo de nuevo, Evan explicó con la voz enfebrecida por el placer:
- Yo creo que ella lo quiere todo.
Mientras él seguía trabajando con lengua, dientes y labios, los otros dos hombres iniciaron un camino ascendente desde sus tacones, por el interior de sus muslos, hasta llegar a la zona entre sus piernas. Claudia cerró los ojos, mortificada por la situación pero deseosa de las caricias, y cuando la palma de una mano se posó sobre su sexo creyó morir. Notó como unos dedos vigorosos le abrían esa tierna carne, y alcanzaban aquel botón donde se juntaban todas sus terminaciones nerviosas. Pero solo lo rozaron levemente, resbalando de nuevo a lo largo de todo su sexo, para después volver al mismo. El nudo de placer amenazaba con explotar en su vientre, y cuando Evan mordió sin piedad su pecho de nuevo, sintió como su mente se nublaba y su sexo convulsionó de forma brusca. Mientras comenzaba aquel tsunami, notó como un dedo se colaba en su interior, hundiéndose con una cadencia rítmica que hizo que el orgasmo se prolongara aún más.
Cuando volvió a tomar conciencia de lo que la rodeaba, Claudia levantó la cabeza y comprobó que las posiciones de sus caballeros habían cambiado. Ya no había ni rastro del rubio, y Evan se había posicionado entre sus piernas, despojándose de su camisa blanca. Claudia recorrió extasiada el torso de aquel hombre, con unos musculosos pectorales, y unos durísimos abdominales cuyas líneas se escapaban por debajo de los pantalones aún puestos.
- Creo que has empezado a entender que suele pasar entre estos muros, pero aún te queda mucho por ver, querida- Evan bajó el rostro hasta sus muslos, y ante la sorpresa de la mujer, se despojó de la venda que le rodeaba los ojos. Una mirada oscurecida, casi felina, la devoró por completo, aunque no podía verle con claridad a causa de la oscuridad de la estancia-. Antes te he prometido que iba a comerte entera, y quiero cumplir mi promesa. A cambio tú no desvelarás nunca quién soy, ¿trato hecho?
- Apenas puedo verte- susurró Claudia.
- No necesitas verme, pero yo no me quiero perder nada de ti. Dime, ¿aceptas el trato?
Una sonrisa pícara se extendió por el rostro de aquel atractivo hombre, mientras descendía al interior del muslo derecho de Claudia, y sacando la lengua, empezó un recorrido ascendente hasta su centro. Pero se demoró unos segundos antes de llegar al mismo, en espera a la respuesta de la mujer, lo que provocó que ella se humedeciera aún más, si eso era posible.
- De acuerdo, no diré ni una palabra- susurró con voz anhelante.
Y al momento, sintió como la boca de Evan se posaba sobre su sexo, dejando una caricia de fuego sobre la piel. Evan introdujo la lengua entre sus tiernos pétalos, y succionó el jugo de la pasión que encontró a su paso, haciéndola estremecer de pies a cabeza. A su vez, fue consciente de que Míster elegante estaba mirando la escena por encima de su cabeza, y al captar la mirada de ella, llevó dos de sus largos dedos hasta su boca, y los introdujo con sensualidad en la misma, acariciando sus labios. Claudia no dudó en succionarlos, mientras el hombre que se situaba entre sus piernas la llevaba a cotas de placer que nunca antes había alcanzado. A su vez con la otra mano, Brian acariciaba su pecho de forma indolente, y una vez más en aquella noche, se convulsionó en una oleada de placer que la barrió por completo, dejándola casi inconsciente.
Cuando abrió los ojos de nuevo, miró a su alrededor, y solo se encontró con los ojos atigrados de Evan, su primer desconocido de aquella noche, que se había recostada a su lado, apenas visible en la penumbra, sin dejar de acariciarla. Recorría con los dedos su vientre, sus muslos, sus brazos, y su rostro, de una forma tan posesiva y sensual que hizo que Claudia se estremeciera. Una sonrisa se dibujó en sus labios, y pensó que ella aún no había disfrutado del cuerpo de aquel hombre. Así que con pulso inseguro, llevó sus manos al pecho de Evan, y lo recorrió de arriba abajo varias veces, ante la mirada complacida de él. Una de sus manos siguió acariciando ese torso tan sexy, y la otra recorrió el contorno de sus voluptuosos labios, su mandíbula marcada, su nariz recta. Hasta que la mano que acariciaba el abdomen se coló en la cinturilla de los elegantes pantalones negros, y tiró de ellos hacia abajo. Él no puso ninguna resistencia cuando comenzaron a ceder, arrastrando en su descenso también a los calzoncillos.
Curiosa, Claudia miró hacia abajo, y se quedó absorta ante aquel miembro que se alzaba orgulloso apuntando hacia ella. Antes de que lo pudiera pensar, su mano se dirigió hacia el mismo, y lo empezó a acariciar lentamente, en toda su extensión, apretándolo y deleitándose con su suavidad y firmeza. Subió la mirada y captó como Evan la miraba, en una mezcla de admiración y ferocidad.
- ¿Sabes que tus manos me excitan hasta puntos insospechados?- le confesó con franqueza él.
- Creo que a mí me pasa lo mismo contigo.
- Y tengo un problema, preciosa, y es que me muero por hacerte el amor, ¿me darás ese honor, querida?- a Claudia le conmovió el tono que empleó para hacerle aquella pregunta, y no pudo más que afirmar con rotundidad.
- Estoy deseándolo, querido.
Evan rió con esa carcajada melodiosa y profunda, que brotaba del fondo de su ser, y se colocó sobre Claudia, sin dejar de mirarla a los ojos. Ella le rodeó con una pierna las caderas, y el coló una mano entre las sábanas y sus nalgas, y con la otra le agarró el pelo con firmeza, mientras acercaba sus rostros. La miró con pasión durante unos instantes, uniendo sus labios en un beso abrasador que los dejó sin aliento. Y a su vez, acercó su miembro a la cálida entrada, empujando suavemente, acomodándose a esa tierna cueva que lo acogía por completo. Empujó un poco más, y no pudiendo resistir más la tentación, se introdujo por completo, provocando un ronco jadeo de ella, y un profundo bramido de él, que ambos se encargaron de beberse en medio de los besos hambrientos que los consumían. Y con un ritmo cadencioso y perfecto, bailaron la melodía de la pasión durante horas, mientras sus cuerpos se fundían y sus corazones orquestaban la sinfonía más perfecta.
Cuando Claudia despertó horas después en aquella cama, envuelta delicadamente en la sábana, reparó en la tarjeta que había junto a la almohada.
“Estaré aquí mañana, querida. Sería una verdadera delicia poder disfrutar de nuevo de tu compañía. Tuyo. Míster E.”
Una sonrisa radiante se extendió por su rostro, y no dudó en guardarse la tarjeta de su amante en el bolso, con la firme promesa de volver a aquel club a la noche siguiente. Se asustó al notar que su piel ya anhelaba las caricias de aquel desconocido, que había dejado su sello impregnado en ella de manera indeleble. Pero ya que tenía la oportunidad de disfrutar en la mano, la iba a aprovechar al menos una noche más. Algún día le daría las gracias a Lily por haber perdido esa apuesta.
¡¡¡Gracias por leer!!!!!
Omg!, que pedazo de relato querida!, como siempre que escribes (mira k me encanta cómo lo haces!), he disfrutado de la lectura y me he sumergido de lleno en el relato... ¡Menudo calor tengo ahora mismo!, jejeje.
ResponderEliminarHas hecho un fabuloso trabajo preciosa, te felicito.
Y ya k estoy, t deseo un feliz comienzo de semana, muak!
Muchísimas gracias, Dulce. Y muchas gracias más por haberlo leído, a pesar de que me he pasado con la extensión. Feliz semana para ti tb. Besikos
EliminarMuy buen relato la verdad, espero leer más cosas tuyas, un saludo y te sigo!
ResponderEliminarMuchas gracias por leerlo! Me alegro de tenerte por aquí y de que te haya gustado. Un besiko!
EliminarHolaaaaa!!
ResponderEliminarMe ha encantado. Me ha gustado mucho la situación elegida (por fin alguien eligió el bloque 2 xD), lo del club y el nombre del club es buenísimo... tanto que yo tenía preparado algo parecido para futuras entradas, jajajaja.
Me ha gustado muchísimo, me ha gustado el juego de caricias, ha sido un relato muy sensual y erótico. ¡Enhorabuena! A ver si escribes más cosas así!! Jajajaja.
Un beso ^_^
Gracias!!!!!! Tu comentario, viniendo de una experta del género como tú, me llena de emoción, jeje. Este género me cuesta, no estoy suelta, pero he de confesar que me ha gustado. Muchos besos y gracias por leerlo!
EliminarGracias por tu relato, me ha encantado! Bien escrito, sensual, detallista, romántico y picante a la vez... Gracias!
ResponderEliminarGracias por tu relato, me ha encantado! Bien escrito, sensual, detallista, romántico y picante a la vez... Gracias!
ResponderEliminarMuchas gracias! Me hace muchísimo ilusión que lo hayas leído. Un abrazo.
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