miércoles, 27 de junio de 2012

Relato erótico Juegos de Primavera


Hola a todos. ¿Qué tal lleváis la semana? Me paso para dejar mi contribución por aquí a Los Juegos de Primavera, organizados por Paty C. Marín. Se trataba de escribir un relato erótico, a partir del fragmento que os pongo a continuación en rojo. Además, teníamos que elegir dos fotos de las que nos daba Paty, sobre las que nos basáramos en el relato, que son las que también añado a lo largo del texto.

¡¡AVISO IMPORTANTE!!: Este relato contiene expresiones sexuales, ya que trata de un encuentro sexual explícito, así como fotografías relacionadas, por lo tanto absténgase por favor quien no quiera leer algo así.

Yo lo he titulado (perdón por el subrayado, no puedo quitarlo):

Un encuentro inesperado… o no tanto

Como cada jornada, sobre las nueve, Ámber regresaba a casa. Utilizaba la línea de metro número 3, cuya duración era de veinticinco minutos y que siempre pasaba por la estación a las nueve y diecisiete. Eso le daba tiempo a comprarse algo de comer en la tienda de la esquina, normalmente un croissant, que mordisqueaba con calma mientras paseaba hacia el andén. Aquella noche llevaba un libro bajo el brazo, una nueva lectura que empezaría en cuanto se diese una ducha, se pusiera el pijama y se metiera en la cama. Pensando en si estaría demasiado cansada para leer diez páginas o un capítulo entero, subió al metro, que siempre estaba lleno a esas horas, y buscó un lugar dónde sentarse; casi nunca había un asiento libre, pero no perdía nada por comprobarlo. 

De pronto, le vio entre la gente. Se sobresaltó cuando sus miradas se encontraron y bajó la vista al suelo. Él estaba allí, como cada noche, en el vagón de metro de las nueve y diecisiete de la línea número 3... 

Desde hacía tres semanas, Ámber se encontraba con aquel chico misterioso cada noche. El primer día que se fijó en él, fue porque le llamó la atención su atuendo. Vestía traje de chaqueta impecable, con camisa blanca impoluta. Eso unido a su rostro, que no aparentaba más de veinticinco años, llamó su atención poderosamente. Ese primer día solo hubiese quedado como una anécdota, si el chico no se hubiera bajado en la misma parada que ella. Pero lo hizo. Y para su sorpresa siguió el mismo camino que ella hasta llegar a la piscina a la que iba cada noche. Al parecer tenía que ser nuevo, porque un cuerpo como el suyo nunca pasaría desapercibido para Ámber. Con una altura cercana a los dos metros, una espalda ancha que terminaba indecentemente en un pequeño bañador ajustado, que realzaba un trasero moldeado a conciencia. Le costó mucho más realizar sus largos aquel día, porque cada poco tiempo se encontraba buscando al chico entre las calles vecinas.

Lo cierto es que la siguiente noche se encontró también buscándolo con la mirada, y para su sorpresa también lo encontró, de nuevo vestido con un traje de chaqueta de aspecto carísimo. Desde entonces, cada noche al montar en ese vagón de las nueve y diecisiete se encontraba anhelante por comprobar si el desconocido estaba allí, por ver la expresión de su rostro de rasgos duros, que parecían cincelados en granito. La mandíbula cuadrada y fuerte siempre afeitada, los labios carnosos y rojizos, la nariz recta, y unos ojos que se moría por ver más de cerca. Pero lo que más le estimulaba de la situación, era saber con certeza todo lo que escondía debajo ese traje, cuya visión cada noche se dedicaba a disfrutar en la piscina.

Para Ámber se había convertido en su juego particular, algo con lo que se divertía fantaseando. Sobre todo desde que aquel chico había empezado a intercambiar esas intensas miradas con ella. En los últimos días, parecían dos animales que vigilaban su territorio, ajenos a la selva que los rodeaba.  Cuando ella tomaba contacto con sus hechizantes ojos, él le sostenía la mirada hasta que casi siempre sentía la necesidad de bajarla. Además notaba que poco a poco, se iban posicionando más cerca el uno del otro. Pero una vez que salían del vagón, y a pesar de que iban al mismo lugar, ninguno de los dos volvía a mirarse directamente, obviando la presencia del contrario.

Aquel día, Ámber se cogió a la única barra que encontró libre, cerca de una de las puertas. El chico misterioso se encontraba en la salida contigua. Pero lo que no se imaginaba Ámber es que él estaba cansado de no intervenir en ese juego, y necesitaba mover ficha de alguna manera. Así que con paso decidido se fue abriendo hueco poco a poco entre el vagón atestado de gente, hasta situarse a dos personas de distancia de ella.

Se había entretenido un poco, buscando un hueco para su libro en el bolso y cuando levantó la vista para mirar al frente, se sobresaltó al encontrarse a pocos pasos a su desconocido, que la miraba con una sonrisa dibujada en el rostro. Se había acercado muy rápido y ella apenas se había dado cuenta. Le devolvió la sonrisa tímidamente, y como siempre, bajó la vista al suelo ante el intenso peso de la mirada de él.

Durante todo el trayecto mantuvieron aquel jugueteo de miradas, o más bien él no podía despegar sus ojos de ella, y ella hacía lo posible para mirarle fijamente durante más de cinco segundos, sin éxito.

Cuando llegaron a la parada, Ámber emitió un hondo suspiro, preparándose para el mecanismo de todos los días. Él saldría antes del vagón, y caminaría a paso rápido sin mirar atrás, mientras que ella terminaba de comerse lánguidamente su croissant. Pero cuando el metro paró definitivamente, observó que el desconocido no se bajaba. Confundida, lo miró interrogante, observando que él le indicaba con la cabeza que se apeara del vagón. Y así lo hizo, no porque él se lo dijera, sino porque pensaba seguir con su rutina de siempre.
Empezó a caminar hacia la salida del metro. No pensaba mirar hacia atrás, pero en un gesto instintivo giró el rostro para echar un rápido vistazo. La estación estaba atestada de gente, por lo que le fue imposible avistar al chico. Lo más probable era que siguiera en el vagón. “Quizás ha dejado la piscina”, se dijo a sí misma, no sin cierta resignación.

Cuando giró la esquina para dirigirse hacia la piscina, notó como las personas se dispersaban a su alrededor, de forma que podía oír el taconeo de sus zapatos. También escuchó unas fuertes pisadas, le pareció que no muy lejos de donde ella se encontraba. Siempre le había inquietado llevar a alguien detrás, por lo que se volvió solo una vez para comprobar el aspecto de la persona que caminaba tras ella. Cuál fue su sorpresa al encontrarse  con los magnéticos ojos de su hombre misterioso, que la seguía de cerca, con la mirada fija en ella.
Se dio la vuelta y aceleró el paso inconscientemente. Aquel cambio en la actitud de él la había inquietado, incluso podía sentir cierto temor al sentirlo a tan solo unos pasos de distancia. Agradeció ver la piscina a lo lejos, por lo que siguió acelerando un poco más, pero descubrió que el chico misterioso no modificaba su ritmo. Eso la tranquilizó, pero solo cuando atravesó la puerta pudo respirar con normalidad.

Robert la cruzó después. No había podido resistir la tentación de cambiar las reglas de su juego particular aquella noche. Por eso había caminado detrás de ella, observando el sugerente contoneo de sus caderas y el balanceo de su corta melena morena. Ese día ella llevaba una falda corta azul marino, rematada por unas finas medias negras que sus manos ansiaban tocar. Pero no hubiese sido muy racional por su parte estrecharla contra una pared y arrancarle aquella delicada tela de repente, por lo que optó por hacer el recorrido habitual hacia la piscina.

Ya dentro se dirigió a los vestuarios, colocándose el ajustado bañador negro como cada día. El problema era que apenas podía disimular el bulto que sobresalía en la tela, así que se obligó a meterse bajo el chorro de agua fría durante unos minutos, hasta que consiguió relajarse mínimamente.

Mientras tanto Ámber empezaba a dar brazadas en el agua. Aunque su mente estaba bastante alejada de pensar en la técnica adecuada, o en cualquier otra cosa que no fuera la búsqueda de aquel hombre. En seguida detectó su presencia dos calles más allá. Como cada noche, pilló a varias mujeres observando como aquel adonis daba unas potentes brazadas, recorriendo la longitud de la piscina en muy poco tiempo. Disgustada ante aquellas miradas hambrientas, se dedicó a recorrer la piscina con ímpetu de un lado a otro. Cuando ya llevaba al menos un cuarto de hora así, se apoyó en el bordillo extenuada, tomando aire con dificultad. De nuevo su mirada viajó hacia la calle donde el chico misterioso nadaba, comprobando que aún seguía con su exhibición diaria. Y es que verlo nadar, con aquella potencia y majestuosidad era todo un espectáculo.

Pasada media hora observó como el desconocido salía de la piscina, sacudiéndose el cabello rubio oscurecido por el agua que lo empapaba. Y decidió que era hora de acabar la jornada por aquel día, sino no llegaría ni a la primera página de su nuevo libro. Además quería meterse cinco minutos a la sauna para relajarse. El ambiente caldeado y a la vez húmedo de aquellas cabinas de madera, hacía que pudiera despejar su mente, algo que necesitaba con urgencia. Tenía que sacarse de la cabeza a ese hombre, que ya se estaba convirtiendo en una obsesión para ella, y con el que sabía que no tenía ninguna posibilidad.

Se quitó el bañador, dejándolo colgado en las perchas exteriores a las cabinas de la sauna, y con una toalla alrededor de su cuerpo desnudo, se introdujo en una de ellas. Siempre miraba el suelo de madera cuando entraba a aquellos cubículos para no tropezarse, por eso hasta que no cerró la puerta con un suave chasquido, no se encontró frente a frente con su desconocido. Éste la miró fijamente, y Cathe al fin pudo asegurarse del color de sus ojos, azul eléctrico. También comprobó que estaba totalmente desnudo.

-         Disculpa- exclamó bajando la mirada, mientras dirigía la mano al asa de la puerta-. Me voy ahora mismo.
-         No- el tono autoritario de la voz del hombre la frenó en seco, pero como ella no terminaba de quitar la mano de la puerta, éste continuó con voz más suave-. Por favor, quédate.

Ámber se mostró dubitativa, pero al final decidió sentarse en el banco frente al chico, con la toalla firmemente enrollada alrededor de su torso. Apretó las manos alrededor de la parte que le cubría las piernas, y le dirigió una leve sonrisa al desconocido que no había dejado de mirarla ni un momento. Un tenso silencio inundó la pequeña habitación de madera, y como siempre cuando estaba nerviosa, quiso llenarlo.

-         Me llamo Ámber- se presentó con sencillez, ante lo cual él amplió su sonrisa.
-         Yo Robert.

El tono que empleó, suave a la vez que ronco, hizo que un escalofrío caliente recorriera la nuca de Ámber, extendiéndose por toda su espalda. Inevitablemente bajó la cabeza para rehuir su mirada, pero al hacerlo se encontró con la entrepierna tensa y totalmente erecta de Robert, que parecía apuntar en su dirección. Ámber sintió como la temperatura de su cuerpo subía varios grados, mientras sus mejillas ardían encendidas. Con un lento suspiro cerró los ojos, y se concentró en tomar aire poco a poco. Pero la voz profunda de aquel hombre la interrumpió:

-         ¿Se encuentra usted bien?
-         A decir verdad no demasiado, creo que hace mucho calor aquí dentro, ¿le importaría que encendiéramos el aspersor del techo?- preguntó Ámber con la mirada centrada en la toalla que todavía llevaba. Realmente le quemaba alrededor del cuerpo y necesitaba arrancársela, pero no podía hacerlo con él allí presente.
-         Descuide, ya lo enciendo yo- Robert se levantó y activando un interruptor de la pared, empezaron a salir pequeñas gotitas de agua del techo-. Quizás debiera usted quitarse la toalla, seguro que se sentiría mejor; hace demasiado calor para llevar nada encima.
-         Puede que tenga razón.

Ámber levantó la vista hacia él, observando que ya había tomado asiento. Recostado contra la pared de madera, tenía las piernas relajadas y una expresión retadora en el rostro. Parecía que la estuviera incitando a quitarse esa toalla, dando por anticipado que no se atrevería. Pero la piel del abdomen de Ámber ardía ante el contacto con aquella gruesa toalla, que impedía que respirara con normalidad debido también a la presión ejercida por la misma en su pecho.

Por eso, con un gesto de decisión en su cara cogió uno de los extremos de la toalla, abriéndolo lentamente, para después coger el otro con la otra mano, dejándola caer sobre el asiento. Sintió como los ojos azules que la observaban se encendían con un brillo anhelante, siguiendo un recorrido descendente desde sus pechos, pasando a lo largo de todo su vientre hasta sus muslos cruzados, que impedían ver más allá. Notó como un gruñido profundo salía del pecho de aquel hombre, ante la frustración de no poder seguir con su recorrido. Pero lo que no esperaba fue su sensual orden:

-         Me encantaría que descruzaras esas bonitas piernas.

Su franqueza y sencillez en contraposición a lo atrevido de su petición desconcertó a Ámber.

-         ¿Para qué quieres que lo haga?- sabía que era una pregunta absurda, pero no se le había ocurrido otra cosa.
-         Sabes muy bien por qué te lo pido- susurró el hombre, apoyando sus antebrazos sobre las rodillas para adelantar el cuerpo hacia ella-. Llevo fantaseando con tu cuerpo desde el primer día que te vi en la piscina, y ahora que te tengo en frente necesito verte por completo.

Ámber observó cómo sus ojos se velaban por el deseo, y tragó saliva de forma sonora. Su mente en esos momentos era un hervidero de pensamientos, y el calor y la presencia intimidante del hombre que tenía en frente, no hacían que fuera tarea fácil aclararse. Lo que tenía muy claro es que no era nada racional por su parte el abrir las piernas para él, solo pensarlo la escandalizaba. Pero no era menos cierto que se encontraba a solas con un hombre que había deseado cada noche desde hacía semanas, y que a sus veintiséis años nunca había hecho nada loco o irracional como aquello.

Además no podía obviar la mirada animal del chico, que parecía sacado de la mejor de sus novelas románticas, y que la miraba como si ella fuera una fuente de agua dulce en medio de un desierto. “Si las protagonistas de novela romántica pueden hacer cosas descabelladas con hombres espectaculares, ¿por qué voy a ser yo menos?” se dijo a sí misma. Así que dejó caer la pierna que tenía cruzada al suelo y las abrió ligeramente, dejando descubierta su intimidad a la vista de aquel desconocido.

-         Que preciosidad- ronroneó él, mientras observaba la suave flor escondida entre los estilizados muslos de Ámber.

Robert notó como su corazón se aceleraba con fuerza, parecía que iba a saltarle del pecho. Su erección también creció más si cabía, sintiendo de nuevo el dolor palpitante, y de forma inconsciente se llevó una mano a la misma para apretarla firmemente.

Ámber dio un saltito sobresaltándose ante su reacción, pero no pudo evitar que sus ojos se quedaran hipnotizados con el movimiento de aquella mano, que subía y bajaba con un ritmo lento, recorriendo toda la longitud.

Un pensamiento fugaz se pasó por su cabeza, y se imaginó como iba hasta él y sustituía las fuertes manos masculinas por las suyas. Al conjurar aquella escena en su mente, sintió como en el espacio entre sus piernas se iba formando una humedad creciente que en seguida las hizo separarse un poco más.

Se encontraba terriblemente excitada, y no sabía qué hacer. Su eterno sentido de la prudencia le decía que saliera de allí cuanto antes, pero su lado más animal la incitaba a levantarse e ir junto a él. Lo deseaba de una forma demoledora, descarnada. No se quería conformar con mirar, ¿por qué iba a hacerlo? Tenía un bombón derritiéndose delante de ella y no quería desaprovecharlo.

Ámber descubrió como su cuerpo parecía tomar la decisión por ella, cuando se levantó del banco de madera y dando los escasos pasos que la separaban de él, se colocó entre sus piernas. Notó como la espalda del hombre se separaba de la pared, acercándose a su cuerpo, de forma que sintió su aliento caliente y húmedo chocando contra la parte baja de su vientre.

-         Eres demasiado exquisita- susurró con voz entrecortada él, mientras posaba una mano grande y cálida sobre su abdomen-. Ni siquiera sé que hacer o por dónde empezar- aunque mientras decía aquello, fue llevando las manos en un camino ascendente por los costados de Ámber, hasta llegar a la altura de sus senos-. Tienes la piel más suave y deliciosa que haya tocado en mi vida.
-         No sé yo.

Intentó hacer una broma por el nerviosismo que sentía, pero al bajar la mirada hasta él, comprobó que aquellos profundos zafiros la miraban con una devoción y una pasión tales, que solo pudo tragar saliva y volver a mirar al frente.

Robert llevó sus manos hasta el pecho de Ámber, abarcándolo desde abajo muy suavemente, mientras que con los pulgares trazaba cadenciosos círculos alrededor de sus sonrosados pezones. Pudo sentir como un calor hormigueante se extendía por la zona. Cuando en medio de aquellas caricias, le pellizcó con fuerza sus cumbres, sintió como se endurecían a la vez que mandaban un ramalazo de placer que viajó a lo largo de su abdomen hasta llegar a su centro, palpitando de necesidad.

-         No sigas, por favor…- logró susurrar a la vez que un jadeo ronco escapaba de su garganta. 

      Sabía que si seguían, después iba a ser muy difícil parar aquello, y la molesta prudencia no dejaba de pincharle con que debería frenar lo que fuera a ocurrir.

-         ¿No te gusta, mon chèrie?- adujo él, mientras seguía masajeando a un ritmo constante, acariciando con el pulgar y el índice y pellizcando.
-         No es eso, es que no sé si esto está bien- consiguió decir, cada vez más convencida de que estuviera bien o mal, no pensaba irse de allí.

Sintió como Robert abandonada su pecho, para llevar las palmas de sus manos a la parte trasera de los muslos de Ámber, acercándola aún más a él. Después deslizó las manos hacia abajo y presionando sobre las rodillas, hizo que se sentara sobre su regazo.

-         Yo creo que todo esto está más que bien, siempre que tú lo desees- retuvo su mirada durante unos segundos, intensa y cautivadora. Quería saber lo que sentía aquella mujer, y sonrió satisfecho cuando encontró que lo miraba con un claro brillo de deseo en aquellos iris verdeazulados-. ¿Me deseas, Ámber?

El tono sincero y desnudo de su voz la sobresaltó. No solía estar acostumbrada a que la gente hiciera preguntas tan claras y directas, y menos cuando se trataba de tener una relación.

-         Porque yo sí te deseo a ti- prosiguió él, mientras bajaba sus labios hasta su pecho, sin dejar de mirarla a los ojos-. No sabes cuánto.

Acto seguido, observó como Robert se llevaba uno de sus pezones a la boca, capturándolo entre los labios. Podía sentir como la lengua de ese hombre trazaba círculos húmedos y lentos, para después succionar con fruición, arañándola levemente con los dientes. Ámber no pudo más que echar la cabeza hacia atrás, y dejar que un grito agudo brotara de su garganta. Entre las brumas de aquel placer se pasó unos segundos por su mente que se encontraban en un jacuzzi, un lugar público al que podría acceder cualquiera. Pero comprendió que le daba igual, solo quería disfrutar del momento con ese hombre. Cerró la puerta a la prudencia, y dejó que la respuesta a su pregunta saliera espontánea de su boca:

-         Te deseo Robert, y quiero que sigamos- pudo oír como de su garganta salía un ronco rugido de satisfacción cuando oyó la respuesta-. Quiero…

Dejó la palabra en el aire cuando sintió como las manos del hombre ascendían por sus muslos, hasta abarcar las nalgas, apretándolas. A su vez su boca seguía haciendo estragos en su pecho, torturándola y excitándola hasta puntos insoportables. Ámber sentía la necesidad de saciar el cosquilleo de sus manos, de recorrer la piel del hombre que tenía delante y saborearla. Por eso con cierta timidez posó sus manos sobre los hombros de Robert, acariciándolos para después subirlas hasta su cabello húmedo. Enredó los dedos entre aquellos largos mechones, y tiró de su cabeza hacia arriba.

Ante su sorpresa, vio como ella se detenía unos segundos para mirarlo con decisión y voracidad, lanzándose después a atrapar sus labios, en un beso acaparador.
Al principio movieron los labios en una danza sincronizada, moldeándolos y sintiendo su calor, lo blanditos que estaban. Después él recorrió con su lengua el espacio entre los labios, abriéndolos para penetrar en la boca de Ámber. Recorrió todo por dentro, a la vez que ella acudía a su encuentro y se enredaba en torno a su lengua, absorbiéndola y succionándola hasta notar cómo le faltaba el aire.

Era increíble, pero Ámber se descubrió pensando que quería más. Quería saborear más, descubrir más del cuerpo de aquel hombre que estaba piel con piel junto a ella. Por eso se separó un poco de su boca, y apoyando las manos sobre sus fuertes muslos, se puso de pie brevemente para después dejarse caer poco a poco entre sus piernas. Se detuvo a la altura de su pecho, acariciando el fuerte pectoral que se mostraba ante ella. No pudo resistir llevar sus mullidos labios hasta aquellos pequeños pezones, y depositar sendos besos en los mismos.
-         Ámber- escuchó que susurraba, no sabía si en tono de súplica o de protesta, pero le daba igual, ella pensaba continuar su recorrido exploratorio.

Continuó bajando las manos a través del abdomen del hombre, en una caricia posesiva, mientras con la lengua reseguía el recorrido. Llegó al ombligo, y se entretuvo depositando suaves besos a su alrededor. Y no conformándose con eso continuó hacia abajo, hasta llegar a la erección de Robert, que la esperaba palpitante y enrojecida. Llevó una de sus manos hasta la base de la misma, acariciándola suavemente como antes había hecho su dueño. Notó como ante el movimiento rítmico se endurecía más entre sus dedos. La punta enrojecida parecía retarla, tersa y brillante, y Ámber levantó la vista hacia Robert, que permanecía rígido y expectante. En sus ojos se podía ver claramente el deseo lacerante, así que no dudó. Llevó los labios al extremo del miembro de Robert, besando con cuidado la piel. Estaba caliente y cierta humedad la impregnaba, por eso sacó la lengua con timidez, recogiendo las gotitas que salían intermitentemente.

Se sintió poderosa y satisfecha cuando el hombre reaccionó con un sonoro gemido, que fue la llave para que ella se decidiera a continuar. Así recorrió con languidez toda su longitud, con la punta de la lengua, para después introducir poco a poco en su boca esa piel caliente que latía por sus caricias. Notó como él acunaba su cabeza entre las manos, mientras una serie de jadeos escapaban de su garganta, incitándola a continuar. Apoyó bien los brazos, estirados sobre los muslos de él, deleitándose con aquella degustación, que a su vez iba excitándola cada vez más. La mano poderosa en el centro de su espalda le quemaba, pero en seguida se encontró necesitada de más caricias por su parte, de que la recorriera de todas las maneras posibles.

Como invocado por sus pensamientos, Robert la cogió por debajo de las axilas, con toda su fuerza de voluntad, ya que aquella mujer le estaba haciendo estragos con sus caricias, y se levantó del banco de madera con ella entre sus brazos. Cuando la tuvo frente a frente, le cogió el pelo húmedo que tantas veces había observado en aquel tren que tomaban juntos, y dejó que sus dedos se enredaran en el mismo como ya había disfrutado minutos antes. Tirando de ella hacia sí, envolvió de nuevo sus labios con su boca, devorándola, tomando todo lo que ella le daba, saciándose de su aliento y su humedad.

Poco a poco, fue escurriendo sus manos hasta la cintura de Ámber, espoleado por sus gemidos que lo incitaban a continuar. Dejó una mano en aquella cintura, que lo acogía en su suave curva, e inclinándose pasó su brazo tras sus rodillas, tomándola así en brazos contra su pecho. Después se arrodilló sobre el suelo de madera, recostándola con suavidad.
Ámber lo miraba expectante, mientras se colocaba sobre ella, recogiendo sus muñecas con una mano y poniéndolas sobre su cabeza. Se encontraba totalmente expuesta ante él, pero no le importaba. Solo sabía que quería más de todo. Más besos, más caricias, más probar de la piel de aquel hombre y que él la siguiera probando a ella. Y lo más vergonzoso era que una parte muy potente de su ser aullaba por tenerlo lo antes posible en su interior, y llenar esa increíble necesidad que sentía palpitando entre sus muslos.

Robert podía sentir como el aspersor del techo descargaba suaves gotas sobre sus cuerpos húmedos y mojados. Las sentía en su espalda, resbalando, y también las podía ver en la preciosa piel de Ámber, que se mostraba brillante y empapada. La miró con intensidad durante unos segundos, relamiéndose, para acto seguido descender hasta su cuello y lamer con avaricia cada gota de las que estaban allí. Observó como ella le cogía la cabeza entre las manos, apretándolo más contra sí. A su vez abrió más las piernas para él, doblándolas en una invitación que no podía ignorar.


Robert recorrió con una de sus manos el canal entre los pechos de Ámber, recogiendo las gotas que allí se concentraban. Con esa humedad impregnándole la mano, siguió bajando, mirando los ojos de la mujer antes de reseguir con los labios el camino que recorría con los dedos. Pronto llegó al pequeño montecito que daba paso a lo que tanto ansiaba, y sin demora dejó que sus dedos acariciaran la superficie de los tiernos pétalos de la chica. Ante aquel contacto, Robert no pudo más que dejar que uno de sus fuertes dedos se introdujera entre los pliegues de Ámber. Notó como su corazón vibraba ante aquel contacto caliente y tan jugoso, que no pudo evitar bajar hasta aquel centro de placer, y desprender sobre él su aliento anhelante.

-         Robert, por favor- consiguió balbucir Ámber, aún sin saber siquiera lo que le pedía. O quizás si sabía algo, y es que necesitaba con urgencia que aquel hombre hiciera cualquier cosa para acabar con aquella apremiante necesidad.

Robert no respondió a su petición, lo que hizo fue llevar sus labios hasta los tiernos pliegues, recorriéndolos en un lento lametón de su lengua de abajo a arriba. Mientras, con el dedo que había lanzado a explorar la zona, encontró la entrada al cuerpo de aquella mujer, y sin dudarlo se dejó resbalar en su interior. Así se mantuvieron un tiempo, él deleitándose con el maravillosos elixir que Ámber le proporcionaba, ella temblando de arriba abajo sin poderse contener. Pero tenía claro que necesitaba más, que aquel dedo que la llenaba no era todo lo que necesitaba. Lo quería a él por completo.

-         Robert, por favor- susurró con los ojos cerrados, su espalda arqueada apenas tocaba el suelo.
-         Dime belleza mía, ¿qué necesitas?- esta vez el hombre sí que respondió, interrumpiendo sus besos para continuar al poco.
-         Necesito…- Ámber no encontraba las palabras, tampoco se atrevía a pronunciarlas, ¿cómo iba a decirle a aquel desconocido que deseaba tenerle en su interior?-. Quiero más.
-         ¿Más de qué, Ámber?- ronroneó él, abandonándola para ascender de nuevo por su cuerpo, alcanzando otra vez su mirada febril.
-         Más de ti, Robert.

Lo miró fijamente, intentando trasmitirle todo lo que echaba en falta en ese momento, todos los anhelos que su mente no era capaz de convertir en palabras. Y ante el gesto de aquel rostro, él no pudo más que abdicar en su intento porque ella le dijera lo que ansiaba oír. Así que manteniendo su cuerpo entre sus piernas, llevó el extremo de su pene a la entrada vibrante que le  ofrecía aquella diosa, y comenzó a entrar lentamente en ella. Pero la calidez que lo envolvió nubló toda su razón, y por eso se dejó resbalar por completo en su interior, de una sola vez. Retrocedió un poco, arrepentido por si había sido demasiado brusco, pero las firmes manos de la mujer presionando sus glúteos, le dieron la seguridad que necesitaba para continuar.

Dejó que un ritmo pausado pero intenso guiara sus embestidas, para después aumentarlo progresivamente. Ámber se encontraba extasiada, sentía como el nudo de placer que atenazaba su cuerpo se retorcía, amenazando con desbordarla. Fue en el momento en el que él hundió la cabeza en el hueco de su cuello, impulsándose hacia arriba, cuando sintió que algo explotaba en su interior. Notó como la ola de placer que hasta entonces la envolvía, se convertía en un huracán que atravesó con fuerza todo su cuerpo; algo que también sintió Robert, que no pudo más que dejar escapar un grito sordo, derrumbándose tras los estertores del placer.

La pareja se mantuvo durante unos segundos en aquel suelo de madera, espectador curioso de su unión. Robert se dejó caer, ladeándose para no caer sobre el cuerpo de Ámber. Ella encajó su cabeza en el firme pecho que le tendía, mientras seguía respirando entrecortadamente. Permanecieron así varios minutos, hasta que el calor del ambiente se hizo insoportable. Entonces él se levantó tendiéndole la mano, y se quedaron mirándose uno frente al otro. Robert no pudo esconder una sonrisa que se asomaba a sus labios, a la que Ámber respondió bajando la mirada y sonriendo a su vez.

-         Ha sido todo un placer compartir esta sauna contigo- le dijo, mientras llevaba sus dedos hasta la barbilla de Ámber, elevándosela-. Eres una chica preciosa.
-         Gracias- no sabía que responder aquello, de nuevo la sinceridad limpia y segura de aquel chico la desconcertaba.
-         ¿Tienes algún plan para cenar esta noche?- propuso aún sabiendo que podía sonar precipitado. Pero sentía que no podía separarse aún de ella aquella noche. No quería.

Ámber pensó en el croissant que se había tomado, su nuevo libro y el pijama calentito que la esperaba en casa. Pero la visión de aquel hombre delante de ella, le dificultaba pensar en cualquier cosa que no fuera él.

-         En realidad no- terminó diciendo tímidamente.
-         Pues si te parece, te invito a cenar donde tú quieras- propuso divertido, era curioso ver como seguía teniendo vergüenza con él, aunque acabaran de hacer el amor.
-         Vale, conozco un italiano aquí cerca, que suele cerrar bastante tarde.
-         Pues no se hable más.

Con decisión Robert adelantó su rostro hasta capturar sus labios, y fundirse en un beso lento y suave, que la dejó temblando de nuevo. Cuando se separaron, acarició su mejilla con ternura.  Observó como cogía la toalla del banco de madera para salir al exterior, no sin antes indicar:

-         Te espero en la puerta, bombón, no tardes demasiado.

El corazón de Ámber se aceleró como el de un colibrí, sintiendo como su pecho se llenaba con algo muy parecido a la ilusión. Cogiendo la toalla que antes había dejado sobre el banco, se la puso alrededor del torso, saliendo de la sofocante sauna. Inspiró dos veces profundamente, y sonrió para sí infundiéndose seguridad. El chico misterioso la esperaba en la puerta, y al menos aquella noche no le apetecía hacerlo esperar.

¡Gracias por leer!


8 comentarios:

  1. Guau.
    De todos los géneros que podías elegir te has metido de lleno en el más complicado de todos y has mantenido el tipo en el difícil equilibrio de la provocación.
    Me ha gustado mucho, está muy cuidado
    Besos

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    1. Gracias por leerlo. A mi también me parece complicado, ya que puede crear bastante controversia. Me alegro mucho de que te haya gustado. Besikos

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  2. wow...hahhaa, me ha encantado guapi...y las fotos con las que has acompañado el relato, chica mala ehh.
    Besos!

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    1. Hola guapa, gracias por pasarte y tomarte un tiempo en leerme. Un beso!

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  3. Hola!

    Ay, que monada de relato. Me ha gustado mucho el carácter dominante de Robert (ya sabes que me encantan) y las respuestas sumisas de ella. Y el final, aunque no se ha declarado, ha quedado muy romántico xDD

    Muchas gracias por participar! Nos vemos ;) Besos!

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    1. Hola Paty! Me alegro de que te haya gustado, del carácter dominante y sumiso de los protas he aprendido mucho de tu blog. Muchos besikos

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  4. Un relato increíble que me ha gustado mucho hasta el punto de meterme de lleno en la historia y sentirla desde la piel de los propios protagonistas.
    Me ha encantado encontrarme con este blog, espero que el mío sea por lo menos la mitad que este algún día y mis relatos tengan ese toque especial que le das a los tuyos.
    Un saludo y ¡Hasta más ver!

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    1. Hola Lainors, muchas gracias por pasarte por este blog. Me han hecho mucha ilusión tus palabras, como bien sabes si te gusta escribir, todo sale del corazón.
      Un beso grande, me voy a pasar por tu blog para conocerte!

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Me encantan vuestros comentarios, poder compartir entre todos este gran universo de la literatura y la vida en general, así que si tenéis unos minutitos podéis dejar vuestro granito de arena por aquí ¡Besos!