Destello rojo
Me detuve un
minuto mientras respiraba con dificultad. Miré el bazar con un mareo febril, y
como un golpe, el olor del lugar me invadió, sentí todo tipo de olores picantes
con una combinación de tierra y sudor, al parecer sólo yo lo notaba. Me
concentré y busqué con la mirada esperando encontrarla, su vestido era rojo,
fácilmente confundible con el otro millar de tonos iguales que alcanzaban mi
vista. Estaba seguro de que si no la encontraba en ese instante, no la volvería
a ver. La idea sola fue peor que la batalla de voces y gritos a mi alrededor.
Un mercader
regateaba con unos hombres con aspecto de turista. Sus voces estridentes me
taladraban la cabeza impidiendo concentrarme. El sol calentaba inclemente,
cegándome, por lo que me llevé una mano a la frente haciendo de visera para
intentar ver mejor. Observé que a la derecha había unas escaleras que subían a
una pequeña torre, vacía al parecer, y sin pensarlo me lancé a la carrera hacia
allí. A los sonidos del lugar se sumó mi corazón, que martilleaba con fuerza en
los oídos, y las pisadas de mis botas que luchaban escalón tras escalón por
llegar a la torre de piedra. Una vez arriba me lancé al borde del mirador,
oteando aquel mercado presidido por una nube de polvo que cubría todo. Busqué
entre la multitud mientras maldecía para mí.
La misión tenía
que ser sencilla, el enlace Sherezade nos llevaría hasta el taller donde se
suponía estaban fabricando armas que se vendían en el mercado ilegal de Europa,
nosotros capturaríamos al líder de ese taller y le ofreceríamos una recompensa
más jugosa que la que le ofrecía su superior, la figura clave en todo esto,
para que nos vendiera su ubicación. En
el transcurso de la operación apresaríamos a quién pudiéramos y desmantelaríamos
aquellos negocios ilegales que no interfirieran con el fin último de la misión,
Joel Micaf. Pero en mi trabajo en el ejército he aprendido que nada suele salir
a la primera. También que nunca te puedes sentir atraído por ninguna de las
personas inmiscuidas en la misión. Y lo más importante, nada es lo que parece,
aunque tenga aspecto de ángel y sea tan preciosa que despierte la ira de la
diosa de la belleza. Porque el enlace Sherezade había resultado ser la hermana
de Joel, y cuando se enteró de que el objetivo era él, dejó de ser fiel al ejército
para intentar proteger a su hermano. No me cabía en la cabeza como era posible
que una mujer tan excepcional, tuviera como familia un ser despreciable como
aquel tipo. Responsable de tráfico ilegal y trata de blancas, entre otros
muchos delitos, lo teníamos en el punto de mira desde hacia tiempo. Pero no
creía que ella supiera de todos sus delitos, las sociedades mafiosas solían ser
tan herméticas, que ni siquiera el segundo a bordo lo sabía todo.
Seguí observando
el horizonte y entonces la vi. No me cabía duda que era ella, porque llevaba en
el hombro la maleta con toda la documentación conseguida, que permitiría inculpar a Joel. Fui a darme la vuelta para bajar a la carrera la escalera,
cuando escuché en el pie de la torre voces que gritaban:
—¡Cogedlo! ¡Está
ahí arriba!
El corazón se me
disparó de nuevo, podía notar como la adrenalina desbordaba mi torrente
sanguíneo. Aproveché ese aporte de energía para buscar una salida, y como casi
siempre la encontré. Un tejado se encontraba a la izquierda, a unos dos metros
de distancia, así que sin pensarlo me encaramé al borde del muro y salté.
Después comprobé si uno de los tubos que bajaban del techo al suelo estaba bien
anclado a la pared, y bajé por el mismo arañándome las manos en el descenso. Pero
me daba igual, necesitaba llegar a ella. Por la misión sobretodo, pero también
por mí. Quería descubrir que había significado el encuentro de la noche
anterior, ese beso descarnado en la oscuridad, la huída posterior sin darme
ninguna explicación. Sabía que nos había traicionado, pero necesitaba hablar
con ella.
Me abrí paso
entre la multitud que compraba y vendía en aquel mercado, oyendo las
imprecaciones de aquellos a los que empujaba, notando como en mi carrera iba
pisando algunas frutas que habían caído al suelo. Había dejado de ver a la
mujer de rojo, pero sabía que iba en la dirección adecuada, mi sentido de la
orientación rara vez fallaba. Seguía oyendo las voces de mis perseguidores a mi
espalda, cada vez más cerca, cada vez más enfurecidas. Intenté contactar con mi equipo varias veces, pero
las comunicaciones hacía rato que parecían no funcionar. Seguí corriendo sin
prestar atención al agotamiento que atenazaba cada músculo de mi cuerpo,
llevaba dos noches sin apenas dormir, y casi no habíamos probado bocado. De
pronto, como una chispa de fuego que atraviesa el horizonte, detecté la
presencia de Sherezade que se movía como una gacela entre la multitud, girando
un callejón a la izquierda y desapareciendo de la calle principal. Aceleré aún
más y seguí el recorrido que ella había trazado, pero al meterme en aquel
callejón observé que no había nadie.
Era imposible
que hubiese llegado al otro extremo, miré hacia arriba, por si había alguna
escalera que podía haber tomado. Me quedé allí plantado unos segundos, mirando
las puertas cerradas que salpicaban la oscura calleja. Si abría cada una de
ellas conseguiría que me pillaran los hombres de Joel. Y eso no me lo podía
permitir, no me apetecían días de tortura en sus manos. Cuando empecé a avanzar
hacia el fondo del callejón, una mano salió de la nada y con un fuerte tirón me
arrastró al interior de una habitación a oscuras. Noté como unos dedos
delicados me tapaban los labios, inhalé profundamente y no me cupo de duda de
que era ella, Sherezade. Su olor a limón y menta me impregnaba cada sentido
impidiéndome pensar con claridad.
—Por favor, no
digas nada, estas calles no son seguras —por una fina rendija que no estaba
tapada por la cortina, entró un rayo de sol que iluminó sus ojos negros como la
noche; en ellos brillaba la preocupación y algo más que no supe definir—. Solo
te puedo dar parte del contenido de esta bolsa, el resto me lo tengo que
reservar hasta investigar si todo esto es cierto.
—Créeme que lo
es, llevamos tras su pista muchos meses.
—Las cosas no
son tan sencillas, Marco, tú solo conoces una versión de los hechos. Necesitas
una vista de caleidoscopio para entenderlo en profundidad.
—Comprendo que
no quieras ver la verdad, Shere, pero las pruebas…
Estaba
frustrado, necesitaba que comprendiera y no sabía como hacérselo ver.
—Sólo es tu
verdad, y recuerda que yo tengo las pruebas Marco.
Su tono
contundente me dejó claro que no cambiaría de opinión. Cogiéndome la mano
depositó un grueso sobre en mi palma, cerrándome después el puño abrazando mis
dedos. Después me empujó hacia la puerta, pero justo antes de abrirla, presionó
el cuerpo contra el mío y sentí como sus labios me acariciaban la boca. Intenté
retenerla, profundizar en aquel beso, pero fue tan fugaz que antes de darme
cuenta estaba en el callejón polvoriento. Desorientado por las sensaciones que
me invadían, avancé por el callejón, para salir a alguna calle principal,
cuando noté pisadas a mi espalda.
—¡Ahí está!
Sin pararme a
pensar corrí como alma que lleva al diablo, y cual fue mi sorpresa cuando al
llegar al fondo de la calle un jeep me esperaba con dos de mis compañeros
dentro.
—Joder Marco,
que puto susto nos has dado.
El coche comenzó
a abrirse paso por las calles de la ciudad a toda velocidad. Mientras, abrí el
sobre y entre un montón de papeles y lápices usb, encontré un móvil. En un
post-it rezaba un “Te llamaré. Tenlo encendido”, que me arrancó una sonrisa,
mientras apretaba el sobre con fuerza, para que no se me escapara de las manos.
¡Muchas gracias por leer!